11.2.09

Algunas reflexiones a propósito de "The curious case of Benjamin Button", de David Fincher


Una de muelles
Por Gonzalo Beladrich

Cuando se conocieron las nominaciones a los Oscar de este año sobrevolaba una sensación rara. Por un lado aparecían nombres pomposos con sus últimas producciones: David Fincher, Gus Van Sant, Danny Boyle, Ron Howard, o hasta el insulso pero efectivo Stephen Daldry. Todos con sus últimas cintas bajo el brazo buscando llevarse el premio mayor. Sin embargo se colaba un tufillo extraño, un aroma rancio que muchos querían ignorar pero cada vez se hacía más evidente. Claro, los últimos films de este quinteto no son grandes películas. En algunos casos ni siquiera son sus mejores películas.

Danny Boyle cruza el planeta con su surrealistic style para mostrar lo duro que es crecer y vivir en la India, incluso si te ganás el premio mayor de un programa de entretenimientos. Van Sant vuelve a negociar con las majors para llevar adelante la biopic sobre el mártir gay Harvey Milk. Stephen Daldry se esconde otra vez detrás de las adaptaciones y de las grandes actrices para llevar un best seller a la pantalla grande. Y Ron Howard, a contramano de sus colegas, filma el trasfondo de una entrevista grande en pequeño. Precisamente Howard, el menos pensado (¿pensante?), es quien sale mejor parado del extraño grupo.

Pero lo que aquí nos compete es el curioso caso de David Fincher, un realizador que ha coqueteado con el género fantástico (Alien, Zodiac) llegando a formar un amor a prueba de todo. En esta oportunidad se le anima a una novela casi centenaria sobre un personaje, Benjamin Button, que nace viejo y va rejuveneciendo hasta el momento de su muerte. El film comienza en los albores del siglo XX y se extiende casi hasta nuestros días, siguiendo el camino en reverso de su fantástico protagonista. Ahí vemos, entonces, una trama sobrecargada de referencias históricas (guerras, Pearl Harbour, ¿Twist and shout?), vemos imágenes que ya están incorporadas a nuestro inconsciente colectivo a fuerza de repetición (¿hasta cuando el recurso de los planos subacuáticos de las parejas que nadan, para profundizar esa sensación de felicidad?), y entre éstas vemos un dispositivo que se ha establecido como la nueva metáfora del cine que quiere contar “grandes historias de vida”: el muelle. Sí, elemento romántico por antonomasia, aparece en un sinnúmero de films cada vez que llega el momento de los balances, de las despedidas, o de los grandes comienzos. The curious case of Benjamin Button (al igual que The Reader, siguiendo con este quinteto de la muerte) es otra película de muelles.

Alguien podrá cuestionar el argumento anteponiendo la efectividad de ciertos elementos. En el muelle puede funcionar una historia de amor (Alfie), las últimas reflexiones de un hombre mayor (The Bucket List), las dificultades de un paciente extremo (
Le Scaphandre et le papillon), o hasta puede agigantarse la figura de algún actor sin tanto peso propio (Captain Corelli's Mandolin). Pues bien, Fincher confía en el recurso y se dirige hacia allí siguiendo a un hijo abandonado que lleva a su moribundo padre hasta la orilla para expiar sus faltas. El muelle funciona como un tercero que vuelve menos tenebroso al culpable y más apacibles a sus últimos días. Y Fincher, al igual que su protagonista, nos empieza a dar la sensación de que va para atrás.

Una buena parte de las situaciones se resuelve apoyada en estos arquetipos. Muelles, pies descalzos sobre suelos de madera, luces que se encargan de iluminar rostros en el preciso instante de una revelación, y frases aleccionadoras para cerrar los ciclos de los personajes, son algunos de los recursos que se ven en las casi tres horas que dura el film, además de en un sinfín de otras películas. En esos momentos nos damos cuenta de que ese tufillo que al principio apenas se sentía y ahora es cada vez más intenso, tiene que ver con el pecado más grande cometido por Fincher: haber filmado una historia extraordinaria de la manera más convencional posible.


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2 comentarios:

A! dijo...

holas gonza
el único detalle es que Zodiac dista mucho de pertenecer al género fantástico. es una especie de drama con cosas de triller...
más allá de eso -aun sin ver esta película- me parece que Fincher tiene la particularidad de ser un director ultra publicitario, y aun así suele mantener cierta frescura autoral.
o sea, digo esto en contraposición a los Scott, o Danny Boyle... ese tipo de directores que viven haciendo cortos publicitarios, o filman con esos códigos formales descartables.

Anónimo dijo...

No es el mejor ejemplo de cine fantástico, aunque Fincher juega con sus truquitos en este thriller policíaco. Es cierto, en BB vas a encontrar algun que otro gesto habitual en Fincher (y que eso es mejor que encontrarlos en otros directores), pero en este caso no alcanza para hacer una obra maestra. Ni siquiera una buena película.