10.9.09

Venecia 2009: así es el encuentro de dos grandes, Werner Herzog y David Lynch


(Por Manuel Yañez Murillo, para otroscines.com)

En un notable acierto del equipo de Marco Müller, el pasado viernes, la Mostra invocó a ese maravilloso triunvirato de chiflados del cine contemporáneo que forman Werner Herzog, Abel Ferrara y David Lynch. Dicha “aparición” se produjo gracias a la presentación de My Son, My Son, What Have Ye Done y The Bad Lieutenant: Port of Call New Orleans, las dos películas que han convertido a Herzog en el primer director en situar dos films en competencia en una misma edición del Festival de Venecia. A pesar de sus importantes diferencias, estas dos magníficas películas comparten una excéntrica aproximación al universo de la demencia urbana (suburbial en el caso de My Son…). Son largometrajes que, ambientados en el corazón de una América mítica y pesadillesca, rebuscan en el modo en que el contexto social responde ante los trastornos psicológicos de sus habitantes. “En el mundo actual, la supervivencia pasa por la locura”, parecen decir estas películas cargadas de cruda ironía y proclives al esperpento.

El más brillante de estos filmes es The Bad Lieutenant…, la particular revisión/variación que acomete Herzog de la película Un maldito policía, que Abel Ferrara rodó en 1992. Espléndidamente protagonizada por uno de los peores actores del panorama actual, Nicolas Cage (cuyo incontenible histrionismo es hábilmente explotado por Herzog), la película sitúa su ámbito de acción en la Nueva Orleans post-huracán Katrina, convirtiendo la ciudad (sus calles, hoteles, casinos, suburbios y cementerios) en un agente narrativo primordial. En este escenario, Herzog lleva a cabo una disección alucinada de los códigos del cine policíaco. El denso y trepidante guión de William M. Finkelstein permite al director alemán aferrarse sin miedo a los pilares de la narrativa clásica y a los arquetipos del género negro (cerca, por ejemplo, del James Gray de Los dueños de la noche/We Own the Night). A la postre, son estos sólidos cimientos los que permiten a Herzog construir el truculento, eufórico y lisérgico universo por el que transita Terence McDonagh (Cage), un teniente de policía que se sume en el pozo de la drogadicción por culpa de un dolor de espalda crónico.

La mano del director de Stroszek se deja ver en la exploración de la animalidad del personaje de Cage y en sus hilarantes brotes psicóticos, el más memorable de los cuales lleva al protagonista a exclamar “Shoot him again, his soul is still dancing!” (¡Dispárale otra vez, su alma todavía baila!), a lo que sigue un plano del “alma” en cuestión bailando break-dance. Finalmente, la diferencia más importante de la película de Herzog respecto a la de Ferrara es la ausencia del referente religioso que determinaba el declive y redención del teniente corrupto al que daba vida Harvey Keitel. En The Bad Lieutenant…, la redención llega de la mano del azar (una conclusión que recuerda a otro film de Ferrara, Go Go Tales) y tiene más que ver con el absurdo y caótico (des)orden social que con una regeneración espiritual, un cierre que pone de manifiesto la combinación de fina sátira y afilado cinismo que recorre todo el film.

Por su parte, My Son, My Son, What Have Ye Done (título de resonancias religiosas) se inspira en una historia real para relatar los acontecimientos que conducen hasta un dramático parricidio en un barrio residencial de San Diego. Planteada como un lúdico ejercicio sobre la dialéctica que forman lo absurdo y lo sublime, resulta clave advertir que la película cuenta con la participación de David Lynch como productor ejecutivo. Así, los desvaríos esquizoides del protagonista, Brad McCullum, interpretado por Michael Shannon, se cruzan con las atmósferas oníricas del universo-Lynch (que también aporta a la película una de sus actrices fetiche, la siempre inquietante Grace Zabriskie, la viejecita de INLAND EMPIRE). No sólo eso, el film también ahonda en la furia irracional que se oculta tras el aparente bienestar de la Norteamérica suburbial, un tema recurrente en la filmografía de Lynch.

En este caso, la firma de Herzog se materializa en las fugas psicogénicas que agujerean el relato y dotan al conjunto del film de una inquietante aura mística (principalmente, el viaje a Perú del protagonista). Además, la película desarrolla una interesante subtrama con trasfondo mitológico en la que un grupo de teatro amateur representa la vida de Orestes, cuestión que, junto a la psicosis religiosa de Brad, desencadena el fatal desenlace de la historia. En conjunto, y a pesar de la esporádica afectación de ciertos pasajes (la búsqueda de lo grotesco alcanza límites insospechados), la película posee una fuerza emotiva que tiene tanto de epifanía trágica como de comicidad surrealista.



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