21.9.08

Cine de género: habla Diego Trerotola




Desde hace varios años es crítico de cine en la revista El Amante y en 2006 se incorporó al staff de los programadores del BAFICI. Es activista gay y uno de los responsables del área de cultura de la Comunidad Homosexual Argentina. Acá revisa las representaciones de género dentro y fuera del cine, y afirma: “Hay una idea de belleza gay que puede ser nazi”.


Si uno tuviera que guiarse por el estereotipo del gay de treinta y pico que deambula por las series de televisión diría que Diego Trerotola no encaja. No sólo por su silueta en visible sobrepeso, su barba desaliñada y su vestuario no-a-la-moda, sino también por su discurso. Diego analiza y habla, hace foco y dispara. A veces da en el blanco, otras su verborragia le juega una mala pasada. Pero es lo de menos. Importa escucharlo para entender la conjunción entre una visión crítica a las representaciones de género en nuestra sociedad, y el rol del cine para sostener o dinamitar esas representaciones. Es obvio: haber llegado a ese lugar le llevó recorrer un camino. Valga entonces la historia de esa particular gesta.



Despertares

“Te puedo decir la fecha exacta en la que se despertó mi sensibilidad por el cine: fue el 20 de marzo de 1982. Me acuerdo porque estaba en segundo grado y tenía que hacer la carátula del día de otoño que empezaba al día siguiente. Fui al cine Gran Rex de Lanús a ver E.T. y lloré muchísimo en el final, cuando el chico se queda sin su compañero. Creo que ese fue el principio de la sensibilidad, ahí entendí algo que tenía el cine de conmovedor, de fantástico, de una experiencia sentimental totalmente diferente a la que uno puede tener fuera de las salas de cine. Supongo que ese fue el germen de todo”, recuerda. El vínculo entre un chico y otra cosa no encuadraba con la norma heterosexista que parecía abarcarlo todo en esos últimos años de dictadura. Diego asiente. “E.T. es una película sobre un monstruo amigable, es decir, una película que da cuenta de que uno puede convivir con algo extraño. Y es una de las primeras películas de ciencia ficción donde no se demoniza al monstruo. Puede habitar en la casa, comer, dormir, ser divertido, sin que además sea estilizado: E.T. es feo. En esa sensibilidad de E.T. había algo queer”. El cine empezaba a contar la propia historia de Diego. Unos años más tarde volvería a darle una pista. “Cuando vi Rocky III yo tenía 11 o 12 años y me pareció una gran película porque al final Stallone aparece travestido. Yo vi algo erótico en eso, aunque no lo podía precisar. Había algo raro ahí que me pareció shockeante: el climax estaba relacionado a la ambigüedad”.



Activismo: Del árbol al bosque

El despertar sexual de Diego -ayudado por el cine, claro- coincidió con una experiencia personal que marcó a fuego la relación entre su sexualidad y la militancia gay. “Lo gay se vuelve militante por una experiencia de vida concreta. Me puse en pareja a los 16. Estuve de novio 5 años y en ese tiempo él se enfermó. Tuve que luchar con un montón de factores como no tener derechos sobre él, no poder entrar a la sala de terapia intensiva por no ser familiar, y un montón de situaciones de ese tipo. Ahí me di cuenta que las cosas estaban mal”. Eran tiempos en que en Buenos Aires se llevaban a cabo las primeras marchas del orgullo gay, todavía los 28 de junio -fecha que recuerda la resistencia de Stonewall- antes que las pasaran al mes de noviembre: si ya resultaba difícil hacer visible la diversidad sexual, imagínense hacerlo a temperaturas bajo cero en la Avenida de Mayo.

Diego explica una situación que no por frecuente deja de ser interesante: el paso de la experiencia personal a la experiencia colectiva. “Ese mismo año había ido a la marcha del orgullo. Al año siguiente ya formaba parte de la organización de las marchas. Ahí me di cuenta que mi problema personal era así de chiquito. Empecé a relacionarme con lesbianas, travestis, y un montón de gente con quienes no tenía relación. Ahí me enteré que la cosa era más amplia y no me quedé en mi problema personal. Había que participar y esa época era difícil, principalmente por el VIH. El año anterior había muerto Carlos Jáuregui y la crisis del sida en esa época era muy dura, había muerto mucha gente y éramos muy pocos”.


El cine que nos mira

La diversidad sexual y el cine parecen ser las dos piernas sobre las que Diego camina. Una de las tareas que viene realizando hace tiempo es la de programador de films en ciclos y festivales. Los llevó a cabo, entre otros lugares, en el Rojas, en Belleza y Felicidad, en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, y ahora en el BAFICI. Por eso me interesa preguntarle sobre las representaciones de la diversidad sexual en la pantalla grande, no sólo lo que se muestra sino también –y especialmente- lo que queda fuera de campo. “El cine es el arte del siglo XX. En el cine se cristalizan un montón de tensiones sociales sobre las diversidades sexuales, la identidad de género, etc. Y tiene una mayor permisividad por sobre la televisión. En televisión no podés pasar una película prohibida para menores de 18 años. Vos ves en tele Terciopelo Azul y te cortan pedazos. El cine siempre puede ir un poco más allá, especialmente el cine independiente. Por eso hay que luchar para que ese cine llegue”. ¿Cuál es, entonces, el modelo que ofrece el cine comercial, ese que podemos ver cualquier día en los complejos multisala entre baldes de pochoclo y entradas a casi veinte mangos? “El cine comercial se basa en la repetición por sobre la diferencia. Si funciona un gay de determinada manera, al año siguiente lo ves de la misma manera. Generalmente hay una cultura chic: los gays y las lesbianas responden a un modelo de asimilación: clase media, profesional, blanco. Es una cultura del turismo que apunta a un gay que tiene ingresos. Pero ya no es sólo en el cine que se representa así: se lo piensa en ciertos estratos de la cultura como un arquetipo. Ahí se ve el modelo de repetición: el gay que consume -o sea el que va al cine- se quiere ver representado así, como alguien que puede pagar 18 pesos para ver una película. Es un modelo demagógico y al mismo tiempo asimilado a las reglas estables del capitalismo mas rancio”.

Aunque parezca una obviedad hay que aclararlo: el cine que llega a las salas comerciales es un porcentaje bajísimo en relación a la cantidad de películas que se realizan en Argentina y el mundo. Existen otras que, eso sí, hay que salir a buscarlas. No esperen grandes campañas publicitarias al estilo Harry Potter, ni exhibición en 140 salas como Matrix: Recargado. Hay que hurgar en los catálogos de los festivales y los ciclos de lugares como el Malba o la sala Lugones del Teatro San Martín. O la web, claro, aunque Diego plantee atendibles objeciones sobre esta última. “Yo critico a la gente que dice ‘en la web está todo, se democratizó el material’ porque tenés que tener computadora, banda ancha, etc. Todavía falta que la cultura digital se expanda verdaderamente, y también falta una reflexión sobre lo que se está viendo. Es como una picadora: la picadora de los cuerpos en el flujo digital”.


Femenino – Masculino

El lugar que la travesti ocupa en los medios de comunicación y sus representaciones no fueron aún objeto de un análisis serio. Diego recurre al cine (¿a dónde más?) para abrir el juego. “Parece inverosímil que exista una travesti de clase media, profesional, aunque la realidad muestre que existen. La travesti se sigue representando, en principio, como la mujer espectáculo. Una especia de súper-mujer que encarna Florencia de la V: bailarina, actriz, vedette, etc. El problema es que la travesti es eso o es prostituta. Y la prostituta también es una suerte de mujer espectáculo, una mujer de vidriera, pero marginal. Es un objeto para fotografiar, pintoresco, no hay acciones sociales sobre ese objeto, pero está incorporado a una economía de vida. Vos ves una despedida de soltero y todos los pibes van a sacarse una foto con la travesti. Y en el cine la representación es esa”, reflexiona. Le pido ejemplos de películas, aunque tenga que estar días enteros webeando para poder descargarlas. “Hace poco vi un documental sobre travestis de Irán llamado The Birthday. Se supone que Irán es el paraíso de las transexuales porque pasa lo mismo que en otros países como Singapur o Tailandia: a los gays se los persigue y se los condena, pero la transexualidad está permitida. Y está permitida porque supuestamente es correctiva. La lógica es de polarización: sos varón o sos mujer. Si sos varón tenés sexo con mujeres y si sos mujer tenes sexo con varones”. De yapa va una segunda recomendación. “Hay otro documental que se llama Las travestis también lloran sobre travestis latinoamericanas viviendo en París que trabajan como prostitutas. Hay una gama de formas de vivir el género: cómo es la relación con sus tetas, cómo es la relación con sus genitales, cómo es la relación con su cuerpo y con su imagen. En una travesti es muy distinta a la otra, aunque sean las dos prostitutas y latinoamericanas. El documental trata de buscar esos grises que en general no son representados por el cine comercial”.


Gorda

Otro de los temas que cierto cine no muestra, o lo hace recurriendo al viejo modelo de la víctima, es la gordura. Diego habla como parte involucrada, dando a entender que ser puto y gordo es el colmo de lo inaceptable. “Hace unos años dieron en televisión la serie Normal Ohio, una sitcom gay protagonizada por John Goodman, un super obeso que para mí es un sex symbol absoluto. La sitcom fue tapa de The Advocate, la revista gay activista de EE.UU. y yo me entusiasmé mucho. Se filmaron 13 capítulos, pero se emitieron 7 y la serie se canceló. Yo los grabé todos: que John Goodman hiciera de gay para mí era el paraíso. No había representaciones positivas de un gay gordo, con barba, peludo. Y se canceló porque un gay gordo no era bien visto por la mayoría de los gays y el resto de la gente. Hay una idea de belleza gay que puede ser hasta nazi: el gay tiene que tener ciertos atributos. Por asco ideológico nunca pude verlo, pero hay un programa que se llama Queer eye for the straight guy [Mirada gay para el chico heterosexual] en la que un grupo de gays le enseñan modales a gente heterosexual, como si hubiese un tipo de modal gay que es el chic, el que se viste bien, etc. Eso es muy tremendo”.

Diego no encaja. Los moldes establecidos para representar la diversidad de género no le son suficientes. Y ojo, minoría las pelotas. Nada de ocupar el lugar de víctima, sino estar siempre dispuesto a dar pelea. Ahí lo vemos, debatiéndose en una constante dialéctica entre su rol de crítico y activista. Un buen primer paso para empezar a hablar de otro cine de género.



DIEZ PELÍCULAS PARA UN TALLER DE CINE DE GÉNERO


Contundentes, variadas, contradictorias, provocadoras. No necesariamente brillantes, aunque sí disparadoras de un debate que un sector del cine sigue esquivando: cómo representar la diversidad sexual en la pantalla grande por fuera de los lugares comunes. Espontáneas o sugeridas, Diego recomienda diez-películas-diez para quien quiera sumergirse en un universo verdaderamente multicolor.


Happy Together (Hong Kong, 1997), de Wong Kar-Wai
Le pregunto a Diego por la mejor escena de sexo gay que recuerde y aparece la única película asiática de la lista. Una rareza de un director oriental que llegó a Buenos Aires para adaptar The Buenos Aires Affair, la novela de Manuel Puig. “Quizás la escena más importante de sexo gay que haya dado el cine sea el principio de Happy Together. Dos personajes chinos en Buenos Aires repensando una relación con la literatura latinoamericana, ya que el director vino a adaptar a Puig. Él convirtió esa película en una situación crítica a partir de esa escena que era realista y a la vez estilizada. La película mostraba esa ambigüedad, ese conflicto, que también está vinculado a una cuestión política: cómo la ciudad influye en el deseo, en la relación, en el sexo de una pareja. Responde a la idea de que el gay tiene que irse del lugar de nacimiento para tener sexo porque no tiene un lugar de pertenencia: juega con el exilio como lugar de expresión sobre cómo un ambiente extraño modifica tu sensibilidad. Una película política que quiere dar cuenta de la relación entre la ciudad, el espacio público, y el cuerpo extraño. Fue la primera película en la que se vio la avenida Santa Fe como lugar de yire, pero a la vez no se estancaba en un perímetro convencional o acordado. Iba de La Boca a Constitución, y de ahí a las cataratas del Iguazú, había una idea del espacio público en sentido amplio y no restringido”.


Ronda Nocturna (Argentina, 2005), de Edgardo Cozarinsky
La idea de cuerpos extraños deambulando por el espacio público nos lleva al último largometraje de Cozarinsky, donde Diego tiene un pequeño papel en el que hace de dealer en un baño público de San Telmo. En el film, un taxi boy es seguido en su recorrido errante durante toda una noche. “Cozarinsky borra los límites entre lo bajo y lo alto, pasa de un hotel frecuentado por la alta burguesía a un reducto de cartoneros, un peregrinaje en espiral y descentrado mostrando las polaridades y los matices intermedios. El film busca descomponer esa idea de la derecha falsamente tolerante que le permite a los gays expresarse en el espacio privado, pero no en el espacio público. Es el mismo modelo de Quarraccino que quería enviar a todos a una isla: lo que no es público no existe”.


Un año sin amor (Argentina, 2004), de Anahí Berneri
No sólo de Lucrecia Martel vive el cine argentino hecho por mujeres (aunque la nueva generación le deba mucho). La ópera prima de Anahí Berneri adapta la novela homónima de Pablo Pérez, poeta, sadomasoquista y VIH+, entre otras cosas. “El tema del VIH directamente no se trató en el cine argentino, hay un velo sobre esa cuestión”. Diego recuerda los films Rostros del alma y Dónde estás amor de mi vida que no te puedo encontrar en los que había alguna referencia sobre la crisis del SIDA. En el primero se trataba desde un personaje heterosexual; en el segundo tan sólo se hacía referencia a través de un personaje victimizado y patético que sólo era decorativo en la trama del film. “Un año sin amor se basa en un caso real, en un libro autobiográfico, al que la directora le agrega una dimensión política concreta, criticando la política del gobierno de De la Rúa que perseguía a las travestis”. Le pregunto a Diego si no le resulta llamativo que sea una mujer heterosexual quien haya abierto esa puerta. “Sí, forma parte del pudor. Creo que las directoras están abriendo un camino nuevo en el cine que tiene que ver con abandonar ese pudor. Lucrecia Martel con su ambigüedad sexual, sumando una dimensión sexual en los niños y en los jóvenes, viene a romper con un tabú. Eso mismo hicieron Albertina Carri y otras directoras jóvenes”. A por ellas entonces...


Barbie también puede eStar triste (Argentina, 2001), y La Rabia (Argentina, 2007), ambas de Albertina Carri
Barbie... es un cortometraje que retrata de una manera lúdica la diversidad sexual. También tiene que ver con el mundo infantil porque se trata de juguetes sexualizados, justamente el lugar donde se suele borra lo sexual, aunque no las representaciones que se quieren cristalizar. Esto es, el nene juega con soldados hiper-masculinizados y la nena con muñecas hiper-feminizadas. Lo que hace Albertina es transgredir ese límite: lo femenino y lo masculino se pueden confundir en un muñeco casi idéntico a otro. Y en su último film, La Rabia, también se anima a retratar algo complejo como es la vida sexual en el espacio rural. Creo que Martel, Carri y Berneri son las directoras que están abriendo un camino más frontal y con una dimensión de debate más interesante”. Barbie... circuló en festivales y ciclos de cine pero nunca se estrenó comercialmente por una razón más que obvia: la empresa nunca cedió los derechos para que las muñecas pudieran ser exhibidas.


Vagón fumador (Argentina, 2000), de Verónica Chen
El capítulo dedicado al cine nacional (a sus directoras, principalmente) lo cierra Verónica Chen con Vagón Fumador, su ópera prima. Otra vez seguimos a un taxi boy por Buenos Aires, aunque éste tiene la particularidad de tener sexo con algunos clientes dentro de los cajeros automáticos. “Vagón... es una película muy bisexual, y también muy política. Juega con el tema de la ciudad neoliberal y el sexo en el espacio público, incluso con la trasgresión a lo tradicional al reunir a un grupo de taxi boys alrededor de la plaza San Martín y otros monumentos históricos. Es otra película clave que abandona el pudor. La escena de bisexualidad entre el taxi boy, la protagonista y el hombre que pide los servicios es de una vitalidad que tiene poco que ver con el cine argentino”.


Shortbus (EE. UU., 2006), y Hedwig and the angry inch (EE.UU., 2001), ambas de John Cameron Mitchell
Shortbus es un poco blanda a pesar de tener sexo duro, paradójicamente. También es psicologista, responde a esa idea de que lo gay hay que leerlo siempre desde el punto de vista de lo psicológico, y no desde lo político o lo sociológico. Ahí me parece que la peli se estanca. Pero por suerte se estrenó, pese a que medios como La Nación pedían que se diera sólo en salas pornográficas”. Algo hay que celebrar en Shortbus, y es la idea de acercarse al sexo con humor. “Es cierto, existe una tendencia hacia lo lúdico y lo descontracturado. El sexo tiene muchas caras, no responde a la lógica del porno industrial donde el cuerpo es una máquina que reproduce los tics esperables. Eso es lo positivo del film”. Hedwig and the angry inch (Hedwig y la pulgada enojada podría ser la traducción) cuenta la historia de un transexual que al someterse a la operación de cambio de sexo, algo sale mal. De ahí la pulgada enojada que da título al film. “Hedwig... rompe con la polaridad de las películas que niegan la genitalidad, o que reducen todo a ese terreno. Juega con tratar de ver las zonas intermedias, con la ambigüedad de ese ‘angry inch’ que no se sabe muy bien si es un clítoris o un resto de genital masculino o qué cosa es. En definitiva indaga en la ambigüedad genital, algo sobre lo que habitualmente no se reflexiona”.


Pink Flamingos (EE. UU., 1972), de John Waters
Aquí se nombra el film más conocido de Waters, aunque toda su filmografía podría ser objeto de estudio en la temática de diversidad sexual. “Las películas de Waters trabajan con un rango de representación de lo físico y de lo genérico que excede los parámetros estandarizados y heterosexistas. Muchos críticos se quejaban: ‘¿qué es Divine, un hombre o una mujer?’. Divine es Divine, algo que no puede comprenderse con esa lógica. Y también hay algo orgiástico que nace en su cine y se va desarrollando en casi toda su filmografía. El abanico va desde el afeminado heterosexual a la lesbiana travesti, pasando por millones de cosas intermedias. Entonces todo el sexo es queer, todo es diverso, todo es grotesco. Una nueva forma de surrealismo en su veta más humorística”.


Flaming Creatures (EE. UU., 1963), de Jack Smith
“Si tengo que elegir qué películas me marcaron te digo las de Jack Smith, un realizador underground de los ´60 que sólo terminó una película. Es un director maldito porque esa película fue prohibida y él fue encarcelado”. El título del film es Flaming Creatures, y aunque sea casi inconseguible se puede ver en la web (ver, no descargar), en la página http://www.ubu.com/. “Fue una influencia decisiva en la obra sexualmente contracultural de Andy Warhol, al punto que juntos trabajaron en el siguiente proyecto de Smith titulado irónicamente ‘Normal love’. Yo había leído mucho sobre el film, incluso el ensayo que hizo Susan Sontag, pero cuando la vi fue algo increíble, es una película que desafía la noción de film y la noción de sexualidad. Sontag decía que la película era intersexual porque confundía un pene fláccido con una teta fláccida, una suerte de juego con la carne, con lo físico y con el placer que es muy interesante”. Jack Smith murió de SIDA hace tiempo, pero su film continúa prohibido en EE.UU. “Era un tipo que vivía de una manera muy bohemia, que estaba en contra de los museos y las fundaciones que apoyaban el arte, respetaba mucho la idea de autogestión. Su biografía para mí es mítica: un tipo que estaba a favor de una versión anarquista y libertaria del arte, un arte verdaderamente popular. No masivo, con esa lógica industrial de algo que nace arriba y trata de llegar a la mayoría, sino popular: lo que buscaba era invertir las jerarquías estéticas y sexuales que el cine representa”.


Gonzalo Beladrich
Mayo 2008


Podés escuchar el audio de la entrevista a Diego Trerotola descargando el programa #79 de Rastros de Carmín acá: http://www.unaradio.com.ar/audio/download/1358/79.mp3.m3u. En la foto, Diego Trerotola (izq) con Alberto Fuguet.

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