18.8.08

Desde abajo




Les paso este texto que escribí para el colectivo 1000 metros bajo tierra, en virtud de la exhibición del film A ras del suelo (2006) en el marco de la organización de un nuevo microfestival de cine underground. El film podrán verlo este sábado 23 de agosto a partir de las 20.00 en Mu. Punto de encuentro, Hipólito Yrigoyen 1440 (Capital) en un doble programa con Asturias Paraíso Industrial (2006), de Konchi Rodríguez y Kela Coto. Recomendación: no se lo pierdan.
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Transformaciones

¿Cuál es la diferencia fundamental entre los documentales políticos de las décadas del 60 y del 70, y los actuales? Sin duda el contexto en el cual se desarrollan. En aquel entonces, desde la clandestinidad y con la función de ser una herramienta de contrainformación, grupos como Cine de la Base o Liberación intentaban burlar la censura política que los perseguía. En ese contexto, el enemigo estaba tan claramente definido que no hacía falta apelar a metáforas o sutilezas: había que representar a quienes no tenían la posibilidad de hacerlo. Un ejemplo paradigmático es la escena animada de Me matan si no trabajo y si no trabajo me matan (Raymundo Gleyzer, 1974), en la que un foráneo empresario textil explica en un dudoso español lo sencillo que es amasar una fortuna bajo las leyes capitalistas, en desmedro del obrero explotado que le sirve como mano de obra analfabeta y casi regalada. Aquellos documentales tenían esa misión, y sus realizadores la cumplían a como diera lugar, incluso a costa de su propia vida[1].

Ahora bien, ¿qué sucede en el nuevo siglo? Las cosas están mucho menos claras. La censura política se muestra borrosa, y cedió su lugar protagónico a la económica[2]. Hacer cine es difícil, y más aún lograr que las películas sobrevivan al disparatado funcionamiento de distribuidores y exhibidores. Ya (casi) no hay señores de bigotes espesos o largas sotanas llamando a respetar la moralidad y las buenas costumbres. Sin embargo, y esto es una verdadera paradoja, siguen existiendo documentales que apuestan a las antinomias, a mostrar sólo blancos y negros, como si el mundo circundante de hace cuatro décadas se hubiera mantenido imperturbable. Ejemplos hay decenas, por lo que cometeré la injusticia de nombrar sólo uno. En el film En la boca del león (Grupo de Cine Insurgente, 2006) acerca de cinco cubanos presos en cárceles federales de los EE.UU., se alternan testimonios de familiares de los detenidos con otros vinculados a la red de terror y desinformación que el imperialismo norteamericano expande por Latinoamérica. Los primeros van acompañados por un videograph con la mítica imagen del Che y su boina; los otros, con una calavera disfrazada con el sombrero estrellado del Tío Sam.

La resolución a esta paradoja (o al menos un primer esbozo) parece haber llegado desde España, de la mano de la genialidad de Víctor Érice, especialmente con su film El sol del membrillo (1992), donde la cimentación de una obra –en este caso un cuadro de Antonio López- se sigue durante meses, perdiendo los límites de ficción y documental. La escuela de Érice dio dos grandes exponentes: José Luis Guerín (imperdible su film En construcción –2001-) y Mercedes Álvarez, quien con su ópera prima El cielo Gira (2004) cosechó los mejores elogios de prensa, público y jurado, y el premio mayor del Bafici. En esta línea viene a posicionarse A ras del suelo, film de los jóvenes Alberto García Ortiz y Agatha Maciaszek. Durante tres años se instalaron en el barrio Lavapiés de Madrid para registrar la dificultad de tener un centro de salud digno para sus pobladores, y la desidia de las autoridades locales que priorizaron la construcción de extrañas moles de cemento.

El film le da voz a los habitantes del lugar sin endiosarlos ni castigarlos, con una premisa netamente política: filmarlos a su mismo nivel; no desde arriba, lo que supondría una distancia insalvable, ni desde abajo, lo que agigantaría sus figuras. No hay voz en off que intente hablar por los vecinos, ni música incidental que oriente las coordenadas de un ejercicio fílmico que se va haciendo en simultáneo con la transformación del barrio, de sus habitantes, y de sus autoridades.

Si pensamos de antemano en un film autogestionado que intente retratar relaciones espontáneas entre vecinos, denuncias por malas condiciones de salud e higiene, y la lucha por el control del espacio público, difícilmente nos imaginemos un resultado como el de A ras del suelo, construido con paciencia y en voz baja. Y le da la razón a David Lynch, otro maestro mayor de obras: a veces gritar las respuestas no alcanza para clarificar las cosas.

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Gonzalo Beladrich
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[1] El cine argentino tiene el penoso record de contar con cuatro directores desaparecidos durante la última dictadura. Ellos son Enrique Juárez, Pablo Szir, Raymundo Gleyzer y Jorge Cedrón.

[2] Esta idea está más desarrollada en el texto Luz, cámara y acción política, de Fernando Martín Peña.
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para más info de los microfestivales entrar a: http://www.1000metrosbajotierra.tk/
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