30.6.08

¡Qué sacudida!




Tal como preveíamos, el programa 67º de Rastros de Carmín vino con muchas fallas técnicas. Pasar de nuestras viejas y averiadas PCs a las ultra modernas laptop de Mac hizo estragos. Por suerte pudimos salir al aire (aunque con un constante ruido como de fritanga). Eso sí: tendrán que esperar un poco más que lo habitual para escucharlo en diferido.
Hablamos de Aniceto (2008), de Favio; de El ángel azul (1930), de Josef Von Sternberg; y de Esperando la carroza (1986), de Alejandro Doria. Lo único que quedó pendiente fue el bloque dedicado a Jorge Cedrón, que haremos el próximo domingo.


Gracias al amigo Leandro por dejarnos transmitir desde su casa, a su vecino por hacer más amena la espera, y trataremos de mejorar las condiciones para el próximo programa. Mientras tanto nos seguimos escuchando, y gracias por el aguante. ¡Buena salud y mal instinto!
.

26.6.08

Azul un ala




En el programa 67º de Rastros de Carmín retrocedemos casi 80 años para volver a ese clásico que es El ángel azul (1930), de Josef Von Sternberg. Pieza clave en el expresionismo alemán, y oportunidad inigualable para disfrutar a la Dietrich (foto).


Claro que no es lo único. Saldamos la deuda con Leonardo Favio y su Aniceto (2008), cerramos nuestros capítulos dedicados a los directores argentinos desaparecidos en la última dictadura militar con Jorge Cedrón y su Operación Masacre (1972), y recordamos una película argentina que en realidad nadie olvidó.


Vamos este domingo en vivo a las 22.00 por www.unaradio.com.ar (si la tecnología lo permite), desde un bunker prestado. Y después queda en el blog para que lo manipules como más te guste. No te lo pierdas, yo sé lo que te digo...
.

19.6.08

Fin de semana de locos


Gente, ¡este fin de semana viene con todo!. A mover el cuerpo que se acaba el mundo. El sábado 21 de junio a la medianoche estaremos en el teatro ND/Ateneo para ver la mega presentación de Dani Umpi, este querido uruguayo que nos gusta tanto, en su faceta de cantante, escritor, performer, etc etc. Después del show increíble que hizo en el 2007 en La Trastienda, ahora redobla la apuesta. Imposible perdérselo.


Y el domingo, programa 66º de Rastros de Carmín. Seguimos bailando al ritmo de Leonardo Favio y su Aniceto (2008). Tras 15 años de ausencia de la cartelera de los jueves llega la remake en versión coreográfica de su segundo largometraje, Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza, y unas pocas cosas más... (1966). De yapa, despedimos nuestro búnker que tantas alegrías nos ha dado en todos estos meses.

Te lo volvemos a repetir: vamos en vivo los domingos a las 22.00 por www.unaradio.com.ar, y después lo subimos a la página de Unaradio y al blog para que lo escuches cuando vos quieras. Ahora más que nunca, nos estamos escuchando. ¡Buena salud y mal instinto!



.

13.6.08

Secreto en el Delta





Relaciones homosexuales en el paisaje del delta del Río Paraná, en delicado blanco y negro. Ópera prima de Santiago Otheguy, La león (2007) es una de las vedettes del programa 65º de Rastros de Carmín. Pero no es lo único: seguimos con la historia del cine militante recordando a Pablo Szir, pasamos por el ciclo de cine noruego en la Lugones con Uno (Aksel Hennie, 2004), y alguna perlita más.

Vamos este domingo, en vivo a las 22.00, por http://www.unaradio.com.ar/, y después en el blog cuando vos quieras. Nos seguimos escuchando. ¡Buena salud y mal instinto!






.

10.6.08

El cine militante argentino, por Fernando Martín Peña




Luz, cámara y acción política


DESDE FINES DE LOS 60, CIERTO CINE ARGENTINO APOSTO, EN LA CLANDESTINIDAD, A SER UN ARMA POLITICA. AQUI, UNA REVISION DE ESA HISTORIA CASI SECRETA Y LA PREGUNTA INEVITABLE: ¿EXISTE HOY UN CINE MILITANTE?


En lugar de presentarse como potenciales negocios, estos filmes se presentan como soportes de todo aquello que la versión oficial omite o niega, como obras que muestran y dicen lo que no puede mostrarse ni decirse, como vehículos de contrainformación. Esa vocación es la condición prioritaria del cine militante: estos filmes necesitaron o necesitan alguna forma de clandestinidad precisamente por obstinarse en la oferta de esa otra información.Entre 1968 y 1973 el cine militante circuló clandestinamente gracias al apoyo de distintas organizaciones políticas, que permitieron montar un circuito alternativo de distribución y exhibición informal pero eficaz. Con el enemigo al frente, claro y definido, el cine militante de entonces cumplió con la necesidad popular de ser la voz de los sin voz. Hoy en día el panorama no es tan claro, aunque el cine militante sigue existiendo.La voluntad de contrainformar sigue siendo el gran punto de convergencia del cine militante argentino, lo que une las obras de ayer con las de hoy, lo que mejor vincula una película irreductiblemente peronista como La hora de los hornos, de Fernando Solanas y Octavio Getino, con otra que no está contaminada con todo lo que es la retórica populista, como Los traidores (1973). Y si contrainformar no fue la única prioridad de los cineastas militantes del pasado, fue por lo menos la que los años han mantenido como la más consistente. Incluso en las películas que en su momento se quisieron de agitación -como La hora... o los comunicados que Raymundo Gleyzer filmó para el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP)-, esa intención queda hoy subordinada a la función informativa: cifras, fechas, nombres, datos de la historia política y económica pacientemente enumerados preceden siempre al llamado a la acción.La descripción de las inhumanas condiciones de trabajo en el frigorífico Swift de Rosario, por ejemplo, toma en uno de los comunicados del ERP mucho más metraje que la justificación del secuestro de su gerente Stanley Sylvester. La validez de esos datos será cuestionada y desmentida por los poderes, desde luego, pero ese era un efecto secundario previsto.Por otra parte, el cine militante no sólo contrainformó ofreciendo datos y estadísticas. Al cine de ficción comercial entre 1966 y 1973 jamás se le hubiera permitido tratar el martirio de los fusilados de José León Suárez como lo hizo Jorge Cedrón sobre el libro de Bayer en Operación: Masacre (1972), ni la inconveniente saga de Los Velázquez (Pablo Szir, 1970/72), ni la progresiva corrupción del dirigente sindical que describió Raymundo Gleyzer en Los traidores, ni las implicaciones políticas del mito popular El familiar (Octavio Getino, 1972). A ningún cineasta industrial se le hubiera ocurrido colocar al frente de sus elencos a Julio Troxler, que ya era una leyenda de la resistencia peronista, como lo hicieron Cedrón en Operación: Masacre o Solanas en Los hijos de Fierro (1972/75).Los pocos ejemplos de cine de ficción militante previos a 1968 comparten esa voluntad de ver lo que nadie ha visto y la consiguiente necesidad de cierta clandestinidad. Hugo del Carril hizo Las aguas bajan turbias (1952) pese a la oposición del secretario de Informaciones Raúl A. Apold y con su argumentista, Alfredo Varela, preso y omitido en los títulos. Fernando Birri hizo primero Tire dié (1958/60) y después Los inundados (1961), pero el Instituto de Cine le negó premios y subsidios, además de obstruir su participación en festivales internacionales. Los cuarenta cuartos (1962), un excelente mediometraje de Juan Oliva sobre el problema de la falta de vivienda en Santa Fe, fue prohibido por un decreto del Poder Ejecutivo. Desde el golpe de Onganía, en 1966, resultó todavía más evidente que nadie podía esperar un crédito del Instituto para narrar El camino hacia la muerte del Viejo Reales (1968/71) como decidió narrarlo Gerardo Vallejo.Más directamente, para cualquier militante de 1972 eran contrainformación el rostro y la voz de Juan Domingo Perón sostenidos durante las largas entrevistas que otorgó a Solanas y Getino, y que éstos condensaron en dos largometrajes (Actualización política y doctrinaria para la toma del poder y La revolución justicialista), que son un modelo de organización formal. O las imágenes del Cordobazo, del Viborazo y de los otros alzamientos populares adyacentes que quedaron registrados -sin el filtro de la TV- en el filme Argentina, mayo de 1969: los caminos de la liberación (1970) gracias a diez realizadores, entre los que se contaban Solanas, Getino, Humberto Ríos, Eliseo Subiela, Nemesio Juárez y Enrique Juárez. En 1972, mientras rodaba Los traidores, Raymundo Gleyzer realizó a toda velocidad el corto Ni olvido ni perdón, que desmentía prolijamente la construcción elaborada por el poder sobre la masacre de Trelew, proporcionando las circunstancias de ese crimen, los nombres de los responsables, la conferencia de prensa que había dado el grupo de evadidos poco antes de entregarse y los rostros de cada una de las víctimas. Y así como la ficción quedaba delatada por un minucioso relato de los hechos, los terroristas abatidos eran mostrados con toda la humanidad que tales rótulos les negaban.En esta misma línea, seis egresados de la Escuela de Cine de La Plata llegaron a realizar un largometraje exclusivamente dedicado a documentar el máximo horror del militante: la tortura, con sus implicaciones de sufrimiento físico, quiebre y delación. El filme se llama Informes y testimonios (1973) y alterna la documentación pura con escenas reconstruidas a partir de las declaraciones de detenidos. Minuciosas, distantes, casi quirúrgicas, esas escenas fueron concebidas para conjurar el espanto mediante su designación. Fue una especie de Nunca más de los gobiernos militares de Onganía, Levingston y Lanusse: anticipó horrores posteriores y el exterminio en masa, pero también el surgimiento de las Madres de Plaza de Mayo.La llamada primavera camporista (en 1973) permitió, por un tiempo, que algunas de las películas militantes abandonaran la clandestinidad. Así se produjeron los estrenos de Operación: Masacre, de Informes y testimonios y de la primera parte de La hora..., mientras las exhibiciones informales en 16 milímetros se incrementaban, ahora sin la presión de la persecución policial. Hasta los productores comerciales se animaban a rozar la militancia con filmes basados en asuntos hasta entonces impensables, como La patagonia rebelde (1974) o Quebracho (1974).Otros, como Gleyzer, prefirieron conservar un manto de duda que se confirmó rápidamente tras la muerte de Perón y el recrudecimiento de la represión. En pleno gobierno de Isabel, Gleyzer y su grupo terminaron el documental Me matan si no trabajo y si trabajo me matan, sobre la lucha de un grupo de obreros afectados por el saturnismo.De nuevo, la contrainformación se justificaba porque de la agonía de esos obreros Nadie se entera, ni la presidente, y porque los pocos políticos que se muestran solidarios (como Rodolfo Ortega Peña) son sistemáticamente asesinados. Como lo fue el propio Gleyzer dos años después, o como lo fueron otros cineastas que decidieron sumarse activamente a la lucha armada, como Enrique Juárez o Pablo Szir. Los que sobrevivieron no tuvieron más opción que el exilio. La junta del 76 no dejó ningún espacio para el disenso.La producción de los argentinos en el exilio fue esporádica, pero en algunos casos se mantuvo militante. Jorge Giannoni hizo en Cuba el largometraje Las vacas sagradas, sobre la continuidad de los poderes económicos en la Argentina. Parte del grupo de Gleyzer, instalado en Perú, realizó el cortometraje Las AAA son las tres armas, tomando como argumento la carta que Rodolfo Walsh dirigió a la junta en 1977, un verdadero modelo de contrainformación.Desde Francia, Jorge Cedrón hizo el largometraje Resistir (1978), que recorre la historia de la resistencia peronista en general y de Montoneros en particular desde una doble referencia: la primera, una larga entrevista con Mario Firmenich; la segunda, la evocación de un militante anónimo escrita por Juan Gelman y el propio Cedrón. Las volteretas de la dirigencia de Montoneros hicieron que la película perdiera pronto toda representatividad y nunca llegó a tener mucha difusión (de hecho, hasta ahora nunca ha sido vista públicamente en la Argentina), pero el tiempo la ha convertido en un documento singular. Una mirada atenta revela, además, el nervio de Cedrón en el manejo del abundante material documental y su capacidad para lograr, a pesar de Firmenich y gracias al segundo relato, que la evocación de esa gesta tenga su correspondiente dimensión humana.El cine militante argentino salió de su forzoso letargo hacia 1982, con los últimos meses de la dictadura. Con excepción de los cortometrajes documentales del grupo Cinetestimonio y de la obra del posterior grupo Cine Ojo, que siempre alcanzaron algún grado de difusión comercial en salas, las nuevas alternativas de contrainformación aparecieron en los márgenes.El mayor filme que se ha hecho hasta ahora sobre los años de la última dictadura sigue siendo Juan; como si nada hubiera sucedido (1987), de Carlos Echeverría, que no tuvo estreno alguno, no figuró entre las prioridades del Instituto de Cine, sufrió amenazas y atentados y hasta el ataque gratuito, tardío, de algún crítico mal informado. El filme reconstruye el caso de Juan Herman, el único desaparecido de la ciudad de Bariloche: sigue sus pasos hasta un campo de concentración, molesta a los militares responsables de la zona. Su tono y hasta su producción, en 16 milímetros y blanco y negro, lo vinculan directamente con las películas militantes previas a la dictadura.Un cortometraje reciente, denominado Tiempo de elecciones (1998), registra las manifestaciones públicas de un político y las contrapone a las necesidades reales de los habitantes de un asentamiento en Villa Fiorito. El filme muestra a los punteros en acción y describe cómo, confirmado el político en su puesto, la primera consecuencia es el desalojo por la violencia. Obras como Tiempo de elecciones son resultado directo de las nuevas tecnologías: sacan partido de la ligereza y la inmediatez que tiene el video con respecto al cine y que son, mejoradas, las mismas ventajas que en los 70 ofrecía el 16 milímetros frente al formato comercial de 35 milímetros. Se hacen en libertad, con sensibilidad y eficacia, pero como ya no tienen algo equivalente al apoyo que antes ofrecían las organizaciones políticas para la distribución y exhibición, su alcance público es muy limitado.El cine militante de los 70 estaba fuera de la ley; el de los 90 está fuera de la ley del mercado: lo que ayer era clandestinidad política hoy es clandestinidad económica.


Publicado en Clarín, el 20/06/1999.

7.6.08

Rastreando el pasado, indagando el presente



Este domingo en el programa 64º de Rastros de Carmín iniciamos el recorrido por las carreras de los cuatro realizadores argentinos desaparecidos durante la última dictadura militar. En esta primera estación recordamos a Enrique Juárez, militante sindical, cuadro montonero, y director del mediometraje Ya es tiempo de violencia (1969) sobre los orígenes del cordobazo.


Vamos en vivo este domingo a las 22.00 por www.unaradio.com.ar apenas termina El Monte Análogo, y después lo revivís en el blog una y mil veces. Nos estamos escuchando. ¡Buena salud y mal instinto!

3.6.08

Cine argentino: Un debate recurrente




El programa 63º de Rastros de Carmín tuvo mucho cine argentino. Cuatro películas recientemente estrenadas comercialmente, bien diferentes entre sí, de directores/as con trayectoria y sin ella, arriesgadas y conservadoras, interesantes y descartables. Esto trajo a colación un nuevo debate sobre el estado del cine nacional, un debate que debería hacerse más seguido, sumar otras voces, y agregar nuevos ejes. Quizás entre lo más interesante que se haya dicho/escrito/pensado sobre cine argentino en los últimos años aparezca el libro Otros Mundos, de Gonzalo Aguilar (Ed. Santiago Arcos, 2005), del que leímos un breve párrafo en nuestro último programa. Para profundizar estos ejes valga este artículo de Maite Alberdi, relacionado con el libro de Aguilar pero que a la vez lo trasciende y plantea nuevas reflexiones. Necesarias, vitales, urgentes.




Subrayando puestas en escena (por Maite Alberdi)


A estas alturas, mucho se ha escrito sobre cine argentino, tanto, que pareciera no necesitarse ningún artículo o texto que vuelva a reflexionar sobre lo mismo. Pero Gonzalo Aguilar, con su libro “Otros mundos: un ensayo sobre el nuevo cine argentino”, abre el diálogo y se niega a poner punto final a esta discusión. Esta apertura se da por la manera de abordar su texto, un ensayo dedicado a aquellos que ya conocen las películas, evade detenerse a presentar demasiado, su análisis parte de ejemplos concretos, pequeños detalles de cada obra que nos permiten a nosotros, como lectores, abstraer estas descripciones a relaciones generales, pero probablemente, si se desconoce el objeto, puede sonar a ratos anecdótico (1). La conversación sigue abierta porque es un ensayo, que a diferencia del resto de los textos pertenecientes a esta corriente se niega a ser conclusivo. De hecho, extrañamos un cierre que nos ayude a aunar ideas, pero como lectores recogemos pequeños fragmentos de su análisis, fragmentos que nos quedan en la retina junto con el recuerdo de las imágenes que evocan. Estos son los que expongo a continuación.


(1) Se agradecen algunas alusiones a detalles mínimos, cosas que parecieran pasar desapercibidas, como por ejemplo el nombre del doctor en La niña santa de Lucrecia Martel, doctor Jano. El mismo doctor de la canción que cantan las niñas en el ventilador de La ciénaga, “doctor Jano cirujano hoy tenemos que operar, en la sala de emergencia, a una chica de su edad, ella tiene veintén años, usted tiene un año más, doctor Jano cirujano, no se vaya a enamorar…” Aguilar cuenta que esta canción viene de una rima que cantaban las niñas en España inspiradas en la buena presencia del Dr. Gannon de la serie de TV Centro Médico.


El objeto y sus abordajes


Las intenciones de Aguilar son las primeras que recordamos y sorprenden en el comienzo del libro, no precisamente por aquello que decide estudiar sino por la manera de hacerlo. Su objeto de estudio son estrictamente los filmes, y si bien hay constantes alusiones a entrevistas, críticas y diversos textos, su análisis personal surge de la puesta en escena, la cual entiende como la perfecta combinación entre lo que sucede con el plano y lo que pasa en el plano, evitando de antemano un análisis temático que esquivaría a su juicio el carácter cinematográfico de los filmes. Abarca la gran mayoría de las películas producidas en Argentina entre 1997 y 2005 sobre todo de directores jóvenes que ayudaron a conformar el nuevo cine. No rehuye este concepto como si lo hace Oubiña, quien prefiere relativizar el término, ya que a su juicio es difícil relacionar películas tan disímiles. Aguilar reúne pequeños rasgos que permiten esbozar tendencias, exponiendo que se dan profundas diferencias poéticas en el nuevo cine en relación con el anterior ya que constituyó un nuevo régimen creativo (2).


Señala también que se exime del juicio valorativo, proponiéndose no pensar contra las películas ni sobre ellas sino con ellas. El aprecio y respeto del autor por las películas del período, demuestra la valoración que le da a la cinematografía de su país, hay un respeto explícito por cada una de las obras que menciona porque de una u otra manera todas aportaron algo y han ayudado a construir un capítulo importante, si bien se centra en Rejtman, Martel, Trapero, no deja afuera las menciones a películas que para algunos pasaron sin pena ni gloria.


(2) Es interesante una entrevista de Rejtman que aparece en el libro, el asocia este desborde creativo a rasgos productivos: “ Es difícil hablar de riesgos cuando hay tan poca plata para hacer cine y las películas se hacen con tan poco dinero, es decir, cuando las películas se hacen por necesidad siempre aparece algo nuevo”.



Los actores


En primera instancia siempre parece relevante hablar sobre las formas de actuación, sin embargo, en el ensayo estas no parecen pertinentes, ya que Aguilar nos enfrenta a un rasgo anterior, el casting. Asociado generalmente a etapas de preproducción, que suelen quedar fuera de estudios cinematográficos, en este caso es esta fase la que determina las nuevas formas de actuación. Con el nuevo cine nace a su juicio una nueva política de casting, pues se hizo necesaria una metodología adecuada para realizar la elección de los intérpretes. Los directores esquivan a los actores consagrados acostumbrados a un tipo de actuación, ahora se busca otro tipo de gestualidad, de dicción, y de mirada. Aguilar citando a Alan Pauls señala: “nosotros ya no reconocemos las caras que están en las nuevas películas. No hay nombres propios detrás de los actores. Esos actores existen mientras dura la película y dejan de existir cuando termina”. Esta idea ha valido sólo para algunos intérpretes, ya que a estas alturas esos rostros no se pueden liberar de las cargas que les ha dado el nuevo cine, otros han pretendiendo asegurarse con ciertos actores que parecieran valer por si mismos, es lo que sucede con Julio Chávez- que en El otro, podía volverse insoportable- o Mercedes Morán en películas como Whisky Romeo, Zulú.


El nuevo cine, al buscar actores, no busca personajes, busca personas, rostros reales. Aguilar señala que el uso de los rostros es un principio del casting, donde se instaura una conexión documental entre un rostro y lo real (reduciendo el fingimiento actoral). Así, antes de experimentar con gestos construidos especialmente para el personaje, los actores recurren a sus propias facciones y experiencias al momento de actuar.



La poética del accidente


Las evocaciones a repentinos y breves flash de imágenes hacen que una de las observaciones más memorables del libro esté ligada a la estructura narrativa y lo que sucede con ella en el plano. Según Aguilar, en las películas estudiadas presenciamos estructuras erráticas en las tramas que, como espectadores, nos mantienen a la deriva, experimentando muchos relatos potenciales, pues las historias pueden resolverse en cualquiera de sus personajes, historias y personajes que adquieren peso a partir del accidente.


El accidente y el azar suelen ser límites dentro de los relatos, ya que todos los acontecimientos deben respetar cierto orden, manteniendo relaciones causales, es decir, deben ser motivados. Una de las leyes que encuentra Aguilar en el nuevo cine es el accidente, es este el que pondrá en movimiento las historias, aunque se mantendrá siempre en el fuera de cuadro (3). Es un cine que tratará de armar órdenes incorporando el azar, lo fortuito, el accidente o lo que queda de él: las ruinas. Son historias que tienen pisos débiles, se mueven en terrenos inestables que ya han sido alterados antes de la narración, durante-en el fuera de campo- o se prevé que lo harán en el futuro.

(3) Como sucede con el accidente de Luciano en La ciénaga.


La autonomía del sonido


Los avances tecnológicos han ayudado a darle una nueva presencia a las películas latinoamericanas, pero más allá de la técnica, el sonido en argentina a partir de los noventa no está destinado exclusivamente para acompañar las imágenes. Según Aguilar, el sonido se transforma en una marca de estilo, ya no es sólo el encuadre el que puede marcar la diferencia sino la banda sonora. “El sonido en las películas del nuevo cine argentino no está tan estratificado (música, diálogo, sonido ambiente) sino que genera una verdadera red, una masa sonora en que lo indiscernible está en tensión con la diferenciación” (…) “Los diálogos son tratados como bandas sonora y muchas veces las textura de las palabras tienen mayor relevancia que aquello que se dice”. Más allá de que los movimientos, las palabras, los ambientes se escuchen bien y sean discernibles, se vuelve fundamental construir atmósferas indiscernibles; percibimos sonidos de los cuales desconocemos su fuente, insectos que nunca vemos y ruidos de movimientos físicos que observamos con posterioridad. Acudimos a una autonomía del sonido, su indeterminación nos lleva a construir nuevas imágenes.



La despolitización del cine


En Argentina las temáticas políticas han sido abordadas principalmente por los documentales, pese a esto el autor no quiere hablar de una negación de temas concernientes a lo público dentro de la ficción, sino de otra manera de entender la política. Aguilar sostiene que el hecho de que no se trabajen temas políticos no quiere decir que exista una despolitización o una negación de temas concernientes a lo público, sino que manifiesta la necesidad de redefinir aquello que se espera al hablar de política, redefinir su estatuto, pues claramente ya no estamos frente al cine de Fernando Pino Solanas u Octavio Gettino.

Una cita de Lucrecia Martel ayuda al autor a ejemplificar qué se puede entender por política dentro del nuevo cine: “Me parece que encuentro sentido a mi existencia si me comprometo a mantener una visión crítica de mi situación de mujer de clase media argentina. En ese lugar me ubico dentro del cine argentino. Creo que el cine argentino tiene una función política en esos términos” Ya no existe una función predeterminada, no existe el espíritu de denuncia que acompañaba a las películas políticas, en el nuevo cine se da una autonomía de la función, el espectador puede darle o no un sentido político, al igual que los directores. El compromiso político ya no implica usar el cine como bandera de lucha mostrando al pueblo como sujeto político, sino mostrarnos, a partir de la forma cinematográfica, cómo funciona el mundo.



Otros mundos


Personas que interpretan personajes, una narración capaz de incorporar el azar dentro de su construcción, un sonido indiscernible y constructor de imágenes y películas que pueden llegar a politizar a partir de pequeños conflictos hacen factible la posibilidad de reconocer los nuevos mundos que comienzan a enunciarse dentro de la cinematografía argentina y que para el autor podían resultar difíciles de esbozar en el presente. Los límites y las intenciones parecen precisarse cada vez más en las puestas en escena, tanto, que cuando vemos nuevas películas parece que reconocemos en ellas rasgos de las anteriores; quizás la diversidad fomentada en la primera década del nuevo cine argentino a comenzado a diluirse al instaurarse ciertos rasgos que han sido avalados por los espectadores, los festivales y la crítica.


Al analizar el presente resulta difícil ser conclusivo. Aguilar por su parte, construyó lo que se propuso, una articulación crítica capaz de potenciar la dimensión cultural, social y cinematográfica de los films en su conjunto, evitando centrarse en un análisis contenidista. No sabemos si realmente los fragmentos que recordamos y las imágenes que analizamos marcarán el comienzo de una constante renovación, o serán sólo un período que estableció un canon. Mientras tanto, nos podemos quedar con el modo de escritura crítica de Aguilar y las huellas que recogió del presente:


“Con una apertura de la que carecen otras artes del período, el cine se transformó, en los últimos años, en el lugar en que se plasmaron las huellas del presente y es por eso que puede recurrirse a las películas para responder a las preguntas sobre por qué, pese a que los mundos se están evaporando, algo persevera. Esta huella del presente, sin embargo, nunca se exhibe de un modo puro y evidente. Una de las tareas de la crítica es construir su propio objeto a través de las películas con el fin de dar cuenta de la relación entre film y sociedad”.