16.12.08

La nueva comedia americana: tras los pasos de David Gordon Green


Interesante artículo publicado en el portal otroscines.com, que rastrea los pasos de David Gordon Green, un director estadounidense interesantísimo, casi desconocido para la cartelera de Buenos Aires. Pude ver All the real girls en el Festival de Mar del Plata al que se refiere el texto, y también Undertow, que si no recuerdo mal se estrenó en un par de salas. Conózcanlo, y vean cómo le sirve a Quintín para reflexionar sobre el estado de la nueva comedia americana.



La fábrica de los sueños
por Quintín

El otro día, siguiendo una pista de lectura de OtrosCines.com, me puse a leer un debate entre críticos que organizó la revista Film Comment. En algún momento, Emmanuel Burdeau, redactor en jefe de Cahiers du cinéma, afirma ser un fanático de cierto cine americano, "que está a mitad de camino entre lo verdadaderamente popular y lo ciertamente especial" y pone como ejemplo una película llamada Pineapple Express. Al rato interviene Jonathan Rosenbaum y declara que después de jubilarse puede hablar de lo que quiera: no tiene por qué ocuparse de los estrenos mainstream y agrega que, en particular, nunca escuchó hablar de Pineaple Express ni tampoco le interesa demasiado.

La controversia me interesa por razones personales. Alguna vez tuve como crítico la posición de Burdeau, al codirigir una revista como El Amante que daba (y da) cuenta de todos los estrenos americanos y que siempre tuvo con una parte del cine de Hollywood (una parte que fue variando con el tiempo), una relación más bien amistosa. Pero luego me convertí en un crítico como Rosenbaum, en alguien que está retirado, que ve las películas que quiere y no tiene una especial preocupación por lo que ocurre en Hollywood y alrededores. Así fue como sigo sin enterarme, por ejemplo, de lo que tienen de bueno las nuevas comedias americanas.

Pero me gustó el nombre Pineaple Express y la divergencia entre esos dos paradigmas críticos me pareció una buen punto de partida para internarme en un territorio desconocido. Así que puse manos a la obra, bajé la película de Internet en San Clemente y la acabo de ver en la computadora en la habitación del hotel de Montevideo en el que estoy parando por razones completamente ajenas al cine. Ahora, sentado en la pizzería de la esquina, mientras gozo de una buena vista del río desde la otra orilla, escribo esta columna que parece destinada a demostrar que el cine es una cuestión cada vez más abstracta, universal, tecnológica y esotérica.

En realidad, Pineapple Express estaba en algún sentido más cerca de una zona familiar de lo que pensaba. Por lo pronto, sabía quien era el director, hasta lo conocí personalmente. Fue el 11 de setiembre de 2001. A la noche de ese día tan particular David Gordon Green cenaba en un restaurante de Toronto y yo estaba en otra mesa. Estaba interesado en hablar con él porque un amigo americano confiable (no puedo acordarme quién) nos había recomendado calurosamente su primera película, George Washington, y queríamos invitarla a Buenos Aires. Cuando alguien de nuestra mesa se ofreció a presentármelo, me pareció que no era momento de hablar de un festival de cine y dejé pasar la oportunidad. Grave error, porque cuando lo encontré por segunda vez, en Rotterdam, Green me contó que siguiendo la recomendación de nuestro amigo, había aceptado ir a un festival argentino. Lo cómico (que no me hizo ninguna gracia) es que el amigo le habló del BAFICI, pero cuando la gente de Mar del Plata lo contactó pensó que era el mismo festival. Así fue como George Washington estuvo en competencia en Mar del Plata en 2002. Y así fue como nunca la vi, en principio por la bronca que me daba recordar el episodio. Tampoco vi su película siguiente, Chicas de verdad/All the Real Girls, que también estuvo en MDP y de la que también me hablaron muy bien en su momento. Pero, en cambio, vi la que vino después, Legado de violencia/Undertow, que fue un gran fracaso y me pareció excelente: una especie de homenaje a La noche del cazador, un cuento de hadas terrorífico, de una gran fisicidad (odio esta palabra, pero no encuentro una mejor) y muy bien filmada, una de esas películas que revelan el placer artesanal de hacer cine.

De modo que Pineapple Express podía no ser la película adecuada para empezar a saldar la controversia entre los defensores del pop americano y los que casi hacemos un esfuerzo por desconocerlo. Sin embargo, además de sacarme dos horas de paseo por una ciudad que nunca pude conocer, la visión fue provechosa. Sirvió para medir, justamente, mi distancia con el cine americano después de este retiro que ya lleva unos cuantos años (de hecho, cuando hacíamos el BAFICI, ya había dejado de ver estas películas). Porque, efectivamente, aunque todavía no estoy seguro de lo que me pareció Pineapple Express, sí me pareció un buen caso testigo para lo que quería averiguar: si todavía estaba en condiciones de ver ciertas películas o era mejor no perder el tiempo con ellas (aunque pierdo el tiempo de muchas otras formas).

Digamos que tardé algo así como una hora y cuarto para que la cosa esa me arrancara una sonrisa. Porque, no sé si lo dije, es una comedia. Una comedia policial, o de aventuras, que es también una oda a la marihuana y a la amistad masculina. Cuando el protagonista presencia un crimen mafioso, él y su dealer (no tengo idea de quién pueden ser estos actores, como ignoro también quién es un tal Judd Apatow, el productor, que se supone un fulano super cool), quedan atrapados en una guerra entre mafiosos. Todo es absolutamente caricaturesco, tiene momentos muy divertidos (una vez que me relajé y dejé de pensar “¿qué es esta pavada?”) pero, sobre todo, es lo que siempre fue el mejor cine americano (y el comic, y la televisión, y la música y...): una máquina de disparar metáforas sobre la sociedad americana y una manera de ejercer la oposición al sistema desde el entretenimiento popular. Además de citar todo el cine reciente y antiguo, desde Gerry hasta Locademia de policía, Pineapple Express es una cabalgata cuyo ritmo acelerado permite revisar unas cuantas instituciones americanas: la violencia, el culto de las armas, la ley, el consumo de drogas, la amistad, el trabajo la familia, la escuela, la sexualidad, la pareja, la tolerancia. Y, sobre todo, el propio cine americano, y así la película es una revisión de una revisión.

Tomados aisladamente, los gags de la película pueden resultar un poco infantiles, pero la velocidad de todo el procedimiento y una implacable falta de énfasis logra hacer de Pineapple Expess un film anarquista, que sólo reivindica un modo de vivir alejado de cualquier obligación con la sociedad. La amistad entre los dos protagonistas (al final son un trío con la aparición de un segundo dealer), con sus obvias connotaciones homosexuales, es una declaración de principios contra toda respetabilidad y la proclamación de un pacto de solidaridad que se sella en el consumo compartido de marihuana (por oposición al resto de las drogas). Como si el viejo espíritu hippie estuviera de vuelta contra toda probabilidad y contra toda realidad.

Me pregunto si lo que acabo de ver me interpela en algún sentido. Si la amistad entre un trío de tontos y una serie interminable de gags reciclados del cine de acción puede tener alguna entidad frente a la realidad cotidiana y sus preocupaciones, si esos delirios y esa ligereza tienen alguna pertinencia en nuestras oscuras pesadillas tercermundistas. Probablemente no lo tengan, pero una evocación sincera de la libertad fue siempre mejor que la resignación a las cadenas o la falsa enunciación de problemas urgentes y consensuales. Fue siempre así me parece y la grandeza del cine americano tuvo que ver siempre con esa rebeldía. Pero, por otro lado, utilizar ese universo como refugio para hacer guiños entre iniciados, que es uno de los aspectos más reaccionarios de la cinefilia, termina perdiendo efecto con el tiempo, porque pronto se descubre que se puede vivir sin esos estímulos. Si alguna conclusión puedo sacar de la experiencia es que el entusiasmo exagerado de Burdeau y el desconocimiento altanero de Rosenbaum son las dos caras de la crisis de la crítica y del cine mismo.

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