27.12.08

Balance del año cinematográfico, por Gonzalo Beladrich


Construcción de una nación (cinéfila)
Por Gonzalo Beladrich


Quizás la palabra agridulce sea una de las más escuchadas al intentar calificar cualquier tipo de balance de fin de año, pero más aún si se trata del año cinematográfico que se nos va. No por trillada peca de inexacta: el 2008 ha sido un extraño período para el cine argentino. No faltaron films de calidad (decir "sobraron" es casi una irresponsabilidad), pero costó mucho estrenarlos y que se vieran, lo que constituyó una verdadera incongruencia. Algo de mejor suerte tuvieron los (grandes) estrenos llegados del norte, desde la catarata de productos Oscar –con infrecuente calidad-, hasta algunos otros tanques que pisaron fuerte en la segunda mitad del año. De esta conjunción entre buenas películas y poca gente en las salas saldrá la lectura de un extravagante, o mejor dicho extraordinario año en lo que al cine respecta.


La paradoja

Comencemos con lo que más nos interesa: el cine nacional y sus paradojas, sobre todo aquella que resulta el eje principal de este 2008 cinematográfico, y que pese a haber sumado varias voces (aquí la de Sergio Wolf, por ejemplo) ninguna pudo desentrañarla: hubo muy buenos estrenos nacionales (mejores que en 2007, sin duda) pero se mantuvieron -e incluso emporaron- las condiciones de distribución y exhibición, y las cifras de especadores para ellos.


Demos entrada a los números, viejos y queridos fetiches de los balances de fin de año. Se estrenaron casi veinte títulos menos que el año último, no obstante lo cual la cantidad de espectadores que vio cine argentino aumentó. Este dato, aunque real, resulta algo mentiroso por una sencilla razón: una sola película acaparó el 37% del total de entradas vendidas para pelis nacionales de todo el año. Así como lo leen. El 63% restante se repartió entre todos los demás estrenos nacionales. Es decir, más que afirmar que "el cine argentino convocó más espectadores" hay que decir que Un novio para mi mujer fue un éxito escandaloso para las cifras de 2008, y que el resto de las pelis deambuló por la cartelera con más pena que gloria.

Pero volvamos a la paradoja: hubo mejores estrenos comerciales que en 2007. ¿Hace falta la lista? La mujer sin cabeza, Aniceto, Los Paranoicos, Historias Extraordinarias, La León, Construcción de una ciudad, La próxima estación, Leonera, y siguen las firmas... Puedo garantizarles que de muchas de estas proyecciones uno sale extasiado, reconciliado con el cine y con el mundo circundante, pero también desconcertado. ¿Cómo puede ser que haya productos de tanta calidad, y que sea tan difícil hacerlos masivos? Aquí se abre el problema principal y de más difícil resolución, no por incomprensible, sino por la cantidad de factores que intervienen. Productores (y productoras), distribuidores, exhibidores, cuotas de pantalla, porcentajes, precios de las entradas, uf... demasiado complejo como para aportar más confusión a la que ya existe.

En este terreno, los espectadores quedamos a la buena de Dios. Dependemos de seguir religiosamente los estrenos de cada jueves, y de acomodar nuestras agendas en función de ver algunas pelis en la misma semana de su estreno, no importa si justo esos días hay que hacer horas extras en el trabajo, presentar una pre entrega en la facultad que nos hará dormir no más de tres horas al día, o tener un pariente internado en alguna sala de un hospital perdido en el conurbano. Hay que ver la peli esa semana o no verla. ¿Suena exagerado? El film Un día, un pato estuvo en cartel menos días que los que pasó Madonna en Argentina. Y eso es mucho decir.

Más allá de los circuitos de exhibición alternativos, es difícil pensar en una solución que no amplíe las funciones y el rol del Estado, aplicando una política de defensa sobre los estrenos nacionales. También es difícil pensar que esto pueda hacerse de manera sensata, teniendo en cuenta la forma en que el Estado interviene sobre la mayoría de los temas, con lo cual transitamos un camino incierto que parece presagiar lo mismo que todos los años: la muerte del cine. Quizás ya esté ahí y sigamos queriendo ver bien vestido a un rey que no solamente está desnudo sino con hipotermia, mostrando cada vez menos signos vitales.


Las películas (de aquí y de allá)

Pero al margen de las cifras, las políticas de exhibición de films, y las dificultades de sostener un buen producto en cartel, ahí están ellas, las grandes vedettes de todos los años: las películas.

¿Qué decir del cine de Hollywood de este año? Recordemos la entrega de los Oscar para darnos cuenta de la inusual calidad que tienen la mayoría de las nominadas. P. T. Anderson se le anima a un olvidado texto sobre el petróleo para mandarse un análisis descarnado sobre los dos pilares donde se asienta la historia (y el presente) de los EE.UU.: la codicia y la mística. Los Cohen hacen doblete: se ponen serios y patean el tablero con la premiada visión sobre las miserias sociales occidentales, y luego vuelven a su cinismo habitual (a veces extra canchero) para retratar a una galería de perdedores en serie. ¿Y la pequeña gran Juno? Puede ser que las comedias no ganen premios, pero esta se los merecía todos, con una dupla que va a hacer historia (Ellen Page & Michael Cera), el guión de la hiper hypeada Diablo Cody, el soundtrack del año (de Kimya Dawson a Sonic Youth; de Belle & Sebastian a los Moldy Peaches), y un embarazo que resignifica la vida de varios. Simplemente notable. Agreguemos la nueva adaptación de Joe Wright, esta vez sobre el libro Expiación de Ian MacEwan; la última de Tim Burton, más desesperanzada y descorazonada que nunca; el díptico que completó Cronemberg con un Viggo Mortensen luchando desnudo en un sauna (¿la escena del año?); la nueva versión de Batman por Christopher Nolan (que cosechará nominaciones para la próxima entrega), y se darán cuenta que hubo mucho de lo bueno-y-masivo.

Por el lado nacional, lo dicho. Viejos habitué de los balances (positivos), el festival de Cannes mostró dos films argentinos en la competencia oficial. Lo último de Trapero: una peli bien construida, quizás con algunas escenas de más por esos caprichos de las coproducciones, pero con una clara intención de llegar a esa sección de ese festival; y lo nuevo de Lucrecia Martel, una directora que dejó de ser una rareza en el cine local y pasó a ser un caso único en el mundo. La mujer sin cabeza, su tercer largometraje, vuelve a apoyarse sobre la construcción milimétrica de encuadres guiados por el registro sonoro, para desde allí armar un film de terror – suspenso ajeno en apariencia a cualquier otro exponente del género. Por momentos asfixiante, aunque nunca "difícil" como algunos quieren imponer, se da el lujo de incluir los mejores diálogos del año (los de Vero y la tía Lala) y despedir a lo grande a María Vaner. Un film con todas las obsesiones de su directora, que hace que desconfiemos hasta del suelo que pisamos. Enhorabuena que así sea.

Pero hubo más, por eso la euforia. Volvió Favio y lo hizo con un ovni, una peli alejada de cualquier intento de realismo, una remake de un film propio con cuatro décadas de historia, un bailarín en el protagónico, y un musical en clave de danza clásica donde hace actuar hasta a los gallos. Y apareció Gabriel Medina, un nombre que debió escucharse más, y un film (Los Paranoicos) que mereció mejor suerte. La historia de un neurótico que escribe guiones, el detestable mundo del cine y la televisión por dentro, y el amor como vía de escape. ¿Cursi? No, honesta. Y generosa, como le gusta decir a un director del que hablaremos mucho el año próximo. Con otro de los grandes soundtracks del año (Lobo, El mató..., Farmacia, y más), Medina armó una ópera prima que parece hecha por un director consagrado. Allí sus méritos y también sus problemas: ¿qué hará después?

Llinás merece párrafo propio: construyó una película tan grande como su ego, tan desproporcionada y multiforme como ninguna otra. Historias Extraordinarias no puede hacer más honor a su título: X, Z, y H –los protagonistas- deambulan por los paisajes bonaerenses en periplos insólitos, sólo sostenidos por la frágil lógica de una voz en off que nos termina paseando durante más de 4 horas por otra tiendita del horror que incluye un león, un viaje a África, monolitos dinamitados, y una guerra casi tan extraña como la de Ben Stiller y su Tropic Thunder... Llinás hizo que nos reencontráramos con el placer de narrar, y a diferencia de lo que muchos creen, difícilmente haga escuela: no habrá ninguna igual, no habrá ninguna


Epílogo

Hubo mucho más, claro. Varios temas destacados (la poca repercusión del Festival de Mar del Plata, la exhibición de pelis en DVD en el circuito comercial, los escándalos de corrupción en el INCAA, el nuevo plan de fomento del Instituto, etc), grandes bodrios en cartel (El sabor de la noche, La ronda, Una mujer partida en dos, etc), y otras grandes películas (Persépolis, La león, Antes que el diablo sepa que estás muerto, La perrera, La cuestión humana, Grande para la ciudad, I´m not there, Planet Terror, Paranoid Park...). Estas últimas se vieron poco y se disfrutaron mucho. Allí la síntesis de la paradoja. En materia de calidad estamos mejor que hace un año, lo que en este mundo de contrasentidos no hace más que profundizar el temor a lo que viene, sobre todo pensando en un escenario de crisis mundial. Eso sí, hace años que nos venimos preparando. ¿Habrá servido de algo?


Gonzalo Beladrich

Diciembre 2008

.

No hay comentarios: