1.10.09

Jaime Pena habla de "Los abrazos rotos", el regreso del mejor Almodóvar

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¡Almodóvar!
por Jaime Pena

Leyendo en Allmusic.com lo que escribe Stephen Thomas Erlewine a propósito del último disco de U2, No Line on the Horizon, me doy cuenta del paralelismo entre la banda irlandesa y Pedro Almodóvar. Para Erlewine, cada nuevo disco de U2, al menos desde The Joshua Tree, es una respuesta a lo que la crítica dijo del anterior, una forma de pulir los posibles errores o las aristas más acentuadas de su obra precedente. Un comportamiento éste que se explicaría por la importancia que U2 concede a las opiniones ajenas. No sé si habrá otro cineasta tan preocupado por lo que se dice de él y su obra como Almodóvar. Es famosa su conflictiva relación con la crítica española, entre la cual sus películas nunca han gozado de nada parecido a la unanimidad, al fin y al cabo algo muy comprensible en un cineasta que no suele despertar reacciones atemperadas. Su lista de agravios se extendería también a la industria, a un sector del público y a la prensa situada en el espectro más conservador del arco político. Prototipo de personaje que no deja indiferente a nadie, ni con su obra ni con sus opiniones, Almodóvar es uno de esos cineastas que, si pudiesen, les gustaría también arrogarse el derecho a dictar las críticas de sus propias películas. Algo perfectamente comprensible si atendemos al peso que siempre le ha concedido al marketing.

De ahí que toda o buena parte de su carrera, en especial la última década, pueda leerse en el sentido que apuntaba Erlewine sobre U2. Almodóvar vivió unos erráticos años noventa, que se cerraron con la película que lo resituó en el primer plano internacional, Todo sobre mi madre, hasta cierto punto el título más decepcionante de su filmografía, en la medida en que, por momentos y con tantos lugares comunes, parecía la obra de un imitador de su cine antes que una película original. En cualquier caso, su desmesurado éxito le dio la libertad suficiente para abordar a continuación su película menos autocomplaciente, Hable con ella, en mi opinión también la mejor de su filmografía. Centrada en un insólito (para su cine) personaje masculino, Hable con ella introducía un atípico segmento de cine dentro del cine simplemente para proponer la arriesgada metáfora de una violación. Un Oscar al mejor guión le dio alas a un director siempre necesitado de reconocimiento, lo que motivó que en La mala educación se la jugase con una propuesta formalista que hacía del artificio su razón de ser, casi como en una película de Brian De Palma en la que sus partes eran mucho mejores que el conjunto. Si se me permite la autocita, hace tres años y en estas mismas páginas escribía lo siguiente acerca de Volver: “Se trata de una vuelta al mundo femenino, a Carmen Maura, Penélope Cruz y Chus Lampreave; una vuelta también a los orígenes, al universo familiar; una vuelta al pueblo, a La Mancha. Un Almodóvar que siente la necesidad de volver a pisar terreno firme y seguro tras los excesos formalistas de sus dos películas precedentes que derivaron –no es un dato baladí– en unas recaudaciones a nivel mundial que en el caso de La mala educación se situaron por debajo de lo esperado.” Como si ese ejercicio de repliegue (y el éxito consiguiente) que representó su película anterior le hubiese proporcionado la seguridad necesaria para afrontar nuevos desafíos, Almodóvar persiste en la senda iniciada en Hable con ella, con la lección de La mala educación bien aprendida. Quizá, más que considerar sus nuevas películas como respuestas a las precedentes, deberíamos hablar de una filmografía construida sobre el principio bien conocido de dar dos pasos adelante y uno atrás, una evolución ma non troppo que no le haga perder público. Pues bien, el Almodóvar de 2009, Los abrazos rotos, es la culminación de la senda iniciada con Hable con ella, un logro (casi) a su altura que hace que ahora podamos ver sus dos películas precedentes como eslabones tan fallidos como necesarios.

El mejor Almodóvar siempre ha navegado entre dos aguas, la de la comedia y la del melodrama. ¿Qué hecho yo para merecer esto? y Mujeres al borde de un ataque de nervios eran como dos caras de una misma moneda: en una, los personajes y una trama de comedia daban pie a un drama sórdido de inspiración neorrealista; en la otra, una trama y los personajes de un melodrama constituían el armazón de una comedia en la mejor tradición del género. Los abrazos rotos tiene también mucho de esa ambigüedad genérica: unos personajes y unos diálogos a veces altamente paródicos que nunca acaban por decantarse por la comedia, pues, muy al contrario, son las víctimas de un trágico melodrama. Almodóvar lo construye en dos tiempos, sin prisas, como nunca lo había hecho (estamos ante su película más larga), siendo consciente de que necesita hacer crecer a sus personajes y de que la parte que se desarrolla en 1994 sirve para tapar los huecos de la que acontece en 2008, de la misma forma en que ésta cubre los vacíos de la precedente. Tal es así, que la película precisa de dos finales y un epílogo que nos obliga a replantearnos todo lo que habíamos visto y entendido hasta entonces, no argumentalmente, sino en cuanto a su tonalidad y adscripción genérica.

Hablaba de la tentación de Almodóvar a ejercer como crítico de sus propias películas. Las múltiples citas que suelen poblar sus películas son como pistas que nos ayudan a interpretarlas. En Los abrazos rotos hay citas más o menos explícitas a William Wyler, Nicholas Ray, Roberto Rossellini, Louis Malle, Fritz Lang o Federico Fellini. Vamos a recoger el guante de esta última, la de . Hay una tercera capa narrativa en Los abrazos rotos de la que no habíamos hablado, el cine dentro del cine, con un rodaje que no es otra cosa que el rodaje de Mujeres al borde de un ataque de nervios ahora reconvertida en Chicas y maletas. La película concluye con una secuencia de ésta última que confirma de que lo que estuvimos viendo a lo largo de más de dos horas era en realidad, en primer lugar, un remake subterráneo de aquel gran éxito y, por lo tanto, no un melodrama sino una comedia, y, en segundo lugar, una propuesta reflexiva que, inspirándose en Fellini, nos habla de uno de los episodios más turbios de la carrera de Almodóvar: su relación con Carmen Maura. Pues bien, he aquí su autojustificación.



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