Ray Loriga habla de 'La pistola de mi hermano': "Utilizo la ficción como quien cuelga su saco en el perchero de otro"
Ahora es Ray después de la película, diferente al que era. Más arrogante y valiente, mejor guarecido en su mundo de poesía febril. "La adolescencia no tiene que ver con la sordera, la adolescencia me toca", dice Ray que ahora es director. Escribe libros que se leen y también se escuchan y se miran, parecen escenas de un filme y suenan a veces como una canción. Sus referentes literarios son americanos y su primera película descubre que la nouvelle vague francesa vino de Tokio. Tiene ese aspecto de chico duro y machito, y es un tímido bueno, feminista si le apuran. Ray Loriga, que se llama Jorge (Madrid, 1967), es un ser radicalmente disperso, militante sin remedio de un punkismo sentimental: le revienta la cobardía de emociones. Tiene un poso de infancia en una España todavía triste, sobrevivió al machismo escolar, los niños sin más que hacer que retarse a la rama más alta, a ver si te rompes la crisma:
-"A que no saltas desde la rama.
-No.
-Mi hermano era un genio evitando desafíos". (Diálogo de Caídos del cielo, la novela de Ray que en el cine le ha llamado La pistola de mi hermano).
A partir de ahí, hizo lo que le dio la gana, también sus personajes, que matan por no ser quien no quieren ser, porque tienen pistolas, sus personajes poetas. No es que esté de moda matar, dice Ray que los catastrofistas de la actualidad son ciegos de la Historia, "lo único que ocurre es que hoy la gente mata a título individual". Tampoco es que la tele dirija nuestras vidas; la tele, dice Ray, "la tele ha tocado techo, pronto la veremos como quien escucha radio fórmula para planchar".
-"¿Por qué no te vas a Japón?
-Me voy a ir.
-Allí nadie te conoce, no te darán la lata".
Se lo dice un personaje a otro, así empieza la película. Quien se va a Japón es Ray. Japón siempre estuvo a vueltas en su cabeza. Él parece cada vez más un samuray. Ya no boxea, antes boxeaba, ahora hace tai-chi. Sus diálogos son como balloms de un cómic manga. A lo mejor no vuelve de Japón Ray Loriga, Japón te permite ser adolescente, fino y menudo, aséptico toda la vida.
-Todo el mundo querrá preguntarle lo mismo, ¿cómo se hace uno director de la mañana a la noche?
-No ha sido tan accidental como parece, yo siempre he pensado en hacer cine. Al mismo tiempo que escribía, me he formado en las filmotecas, y he ido buscando películas extrañas por todo el mundo. Pero la dirección me cayó del cielo, hablaban de comprar los derechos y un día me la ofrecieron. Puse en una mano el miedo y en otra la pasión: ganó la pasión con grandes dosis de miedo.
-De todas formas, sus libros nunca han tenido un público especialmente lector, sino gente interesada por la música y el cine, puede que también por la poesía.
-Es cierto, es un público a medias. Los editores suponían que era un sector de gente que no leía, que no contaba, pero se demostró que sí, que ahí había un hueco para la literatura, y eso me ha hecho especial ilusión.
-¿Por eso no le dio pudor utilizar su rostro en la portada de uno de sus libros?
-Eso es más habitual de lo que muchos han querido decir. Sí, la verdad es que fue un gesto. Bob Dylan es un escritor fabuloso, mejor que muchos literatos, y su rostro sale en todas las portadas de sus discos. Además, Héroes era casi un disco, eran las canciones que uno oye en su cabeza, y el narrador era yo: me pareció una jugada honesta.
-¿Le gustó convertirse en un fenómeno, casi como un cantante de rock?
-Era un poco lo que significaba ese libro. Entre mis referencias se compatibilizan perfectamente Kerouac con Bob Dylan o con Ginsberg, o Patti Smith con Rimbaud. El rock and roll no es sólo música, es cine, es literatura, es pintura, hay una conexión entre todo.
-Sus tres primeros libros fueron marcadamente autobiográficos, y en el cuarto se decidió por una novela de género. La impresión es que Ray sigue ahí, entre el narrador y el protagonista.
-Sí, el personaje que yo he sido en libros anteriores se desdobla entre los dos hermanos, el que soy y el que me gustaría ser. Utilicé la ficción como quien cuelga su traje en la percha de otro, y esto te da una tranquilidad para escribir.
-¿De dónde le surge ese interés por la relación fraternal, tan tierna?
-Siempre me han gustado las historias de hermanos. Yo tengo un hermano prácticamente de mi edad, crecimos juntos, y ese lazo que se establece entre hermanos, que tú matarías por tu hermano y él, por ti, ese compromiso por encima de la amistad, esa nobleza inquebrantable, me interesa muchísimo.
-Ray, ¿todavía se siente al margen de las ilusiones comunes?
-Sí, casi más al margen que nunca. Conforme vas pudiendo acotar tu jardín y te va creciendo, cada vez necesitas menos del jardín de al lado. La ira puede ser menor, porque cuando empecé a escribir venía de participar en un mundo que no me gustaba, y en cambio ahora, estoy donde me gusta.
-¿No es más fácil renunciar a las cosas cuando ya se tuvieron?
-A mí no me gusta presumir de marginal, precisamente por eso: es muy fácil ser marginal cuando es una opción propia, lo difícil es cuando no tienes más cojones. Tampoco creo que uno deje de ser lo que era porque su público aumente, uno empieza a la contra y acaba teniendo público. La razón de la cultura underground es el rechazo, pero también hay mucho cuento: las obras hay que juzgarlas, los prejuicios son las razones de los estúpidos.
-Decía Ray Loriga en una entrevista: No llevo anillos y tatuajes por esnobismo, significan una postura radical ética.
-Son tres palabras que nunca he dicho juntas. Postura es un horror, ética es peligroso y ¿radical?: yo no soy un radical, soy una persona abierta a estímulos diferentes y quizá excesivos, sólo soy radical de la dispersión. Los tatuajes y los anillos no son más que una estética.
-¿Le da mucha importancia al aspecto físico?
-Para casarme con alguien, sí; para leer un libro, no. No creo que a Dostoievski le sentaran muy bien unos vaqueros ajustados, pero me trae al pairo.
-¿Y al suyo personal?
-Sí, al mío sí, pero no paso mucho tiempo en las tiendas. Tengo la impresión de llevar toda mi vida de escritor defendiéndome de mi estética, no le doy más importancia a mi atuendo que otros a su corbata y a su traje.
-En Caídos del cielo, ¿hay un homenaje al punkismo sentimental que significó la película de Dennis Hopper y antes el tema musical de Neil Young, cuyo título han ido robando?
-La película, claro, es una de mis referencias, me entusiasma. Parece que el cine adolescente lo inventó Tarantino, y no, hay una falta de memoria... Me interesa eso que llamas punk sentimental: me identifico absolutamente con esa especie de violencia sentimental.
-Sin hacer sociología, la película de Hopper, ¿puede resumir el espíritu de una generación fuera de juego?
-Nunca me he vinculado con esa tendencia sociológica. Lo que sí es cierto es que la película puede enganchar con cierta sensibilidad que no pasa con los años, igual que Rimbaud es el mito de la adolescencia creadora. Yo no creo que con mis libros se pueda estudiar a una generación, yo no sé donde va la gente, ni siquiera sé adónde voy yo, no soy ningún flautista de Hamelin.
-Estados Unidos nos contagió el miedo al sida y ahora exporta la paranoia del asesino circunstancial: te mato porque tengo una pistola.
-La pistola en mi película es un pretexto, de hecho no me interesa el asunto de las pistolas, me interesa la violencia como punta armada de una ira adolescente. El chico en realidad mata una cierta maldad que hay escondida detrás de mucha gente, él mata a quien no quiere ser, al concepto machista, la falta de respeto que hay en cierta manera de mirar a las mujeres. Pero es sólo metáfora, si no yo cogería una pistola en vez de hacer películas. La literatura siempre se ha apoyado en los crímenes, en las traiciones, en los asesinatos. Todo era por celos, o por tierras y conquistas, lo que fuera, igual de absurdo. Matar por Francia no es más noble que matar por tu madre o porque sí. Yo creo que no hay nada más absurdo que tirar una bomba atómica sobre Hirosima y matar a un millón de personas que ni siquiera sabes quiénes son.
-No deja de ser paradójico que mientras usted rodaba la película, un tipo de Burgos protagonizaba un asesinato triple por azar, seguido de road movie, que podría parecerse a su argumento.
-La relación es mínima, aunque sí, existe. Pero yo soy muy torpe para las lecturas sociológicas, hay cosas que no sé cómo leer, como todos estos asesinatos de niños, y la prostitución infantil que se da en la Europa ultracivilizada: aterrador. No sé cómo relacionarlo con lo real, si son unos dementes aislados o si es algo que se genera socialmente.
-¿Cree que las cosas suceden así, sin explicación, sin orden, porque sí?
-También sucede que nos llenan las cafeterías con unos tipos con pistola con los que hay que convivir, o que te tratan como un criminal por el hecho de no tener un aspecto que agrade.
-Su público esperará encontrar al Tarantino español, sin embargo, su película parece más la réplica europea y aséptica al ketchup americano.
-Es radicalmente europea. A mí me entusiasma el cine americano, y Scorsese, pero se ha copiado tanto. La libertad se ha convertido en un concepto económico: se permite lo que vende.
-Además de evitar mostrar la sangre, tampoco es explícito con el sexo.
-Son opciones de estilo. Está construida a base de pequeñas elipsis, es muy interesante lo que no se ve. El sexo se convierte en una tensión alargada y constante que no llega a ser explícita, y tiene mucho que ver con el sexo adolescente, cuando la idea ocupa mucho más que el sexo en sí mismo. Me revienta y me revelo contra el sexo de anuncio: suena una música y dos tíos empiezan a follar, a agarrarse a las lámparas con unas posturas tan sofisticadas.
-Ray, ¿por qué siempre elige mujeres duras pero que con cierto aspecto débil, como si demandaran protección?
-Yo creo que soy yo el que demanda cierta protección física.
-¿Pero usted no era boxeador?
-Eso no basta con las mujeres, las mujeres pegan golpes invisibles que no los ves venir. Tengo un gran respeto por las mujeres, "los negros del mundo", como dijo Lenon; y encima ahora dicen que el feminismo está pasado, mientras ellas siguen siendo maltratadas social y físicamente. En mi obra, la mujer nunca es un componente anecdótico o sexual ni nada similar. Me gustan las mujeres inteligentes, como me gustan los escritores inteligentes. Soy un combativo defensor de la igualdad absoluta, y no creo que las mujeres tengan que convertirse en algo tan bruto como los hombres, unos tipos con bigote que se sientan a tu lado a comentarte el fútbol. A la igualdad se llega respetando la diferencia, no imponiendo una clonación.
-Debajo de esa apariencia de duro e incluso violento que muchos le figuran, es usted un tipo muy sensible, bueno.
-No soy un tipo duro, no entiendo por qué tengo esa fama. Sí soy sentimental, aunque la palabra me dé grima. Mi abuela decía una frase que me encanta: "Se pusieron sentimentales, que es lo que hace la gente sin sentimientos".
-¿Tuvo problemas por ser un adolescente sensible?
-Tenía problemas porque no me gustaba lo que tenía alrededor. Hay una edad en que las cosas son obligatorias, como hacer la primera comunión o estudiar derecho o correr un maratón, y lo peor es que a mucha gente esa edad se le prolonga hasta la muerte, y siempre hace lo que se le supone.
-¿Siempre ha hecho lo que ha querido?
-He intentado sacudirme los pensamientos que no eran míos, que es la forma de tratar luego de hacer lo que quieres. Yo creo que la libertad es algo mental, no tanto de acción.
-¿Y en cambio, se siente obligado a mostrarse frío?
-Si uno escatima las pasiones se produce una demanda. Por saturación, se produce el efecto contrario. Pero hay una frialdad, un cinismo al que ahora la gente se siente obligada, que no me parece positivo: es muy fácil, te salva de definirte, pero hay que tener cojones y decir: yo defiendo esto.
-¿Será que ya nada emociona?
-Será cobardía emocional, y a mí me revienta. La gente ha de tomar una opción, sobre todo aquéllos que crean. A la guerra hay que ir con algo, además no es justo que si yo llevo algo tú no lleves nada, porque entonces nos reímos sólo de mí y eso no tiene gracia.
(publicado en http://www.elmundo.es/larevista/num95/textos/ray1.html).
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