A continuación, una entrevista al escritor y director de cine chileno Alberto Fuguet, en el que habla del colombiano Andrés Caicedo. Fuguet acaba de montar y dirigir el libro "Mi cuerpo es una celda", recopilación de textos de Caicedo, que viera la luz en 2008. La entrevista estuvo a cargo de Agustín Masaedo, de El Amante / Cine.
“Se me confunde escribir con filmar”
Entrevista a Alberto Fuguet, por Agustín Masaedo
El último libro de Alberto Fuguet es de Andrés Caicedo. No “sobre”; de. En la tapa, su título –Mi cuerpo es una celda, tomado de una canción de The Arcade Fire– va acompañado, arriba, por el nombre del crítico, escritor y suicida colombiano, y abajo por la aclaración “Una autobiografía”. En la esquina inferior, Fuguet aparece acreditado en los rubros “Dirección y montaje”. Pero esa aparente extravagancia la comenta él aquí mismo, más adelante; por ahora baste saber que Mi cuerpo es una celda es una obra notable. Y múltiple: cine documental por escrito (con su making of y sus extras de dvd, o bonus tracks incluidos, entre ellos el magnífico tratamiento de un guión de western que alguien debería filmar alguna vez), la pieza faltante en el rompecabezas fatal de la bibliografía caicediana que la editorial Norma viene reeditando a paso firme, la llave mental a la prisión del cuerpo de ese muchachito debilucho y tartamudo que habría sido nuestro maestro o nuestro amigo si tan sólo lo hubiéramos conocido antes.
En la charla que diste en el Bafici hablabas de “cortarle el pelo a Caicedo”. ¿En qué consistiría eso exactamente?
Me di cuenta de que su fama en Colombia era superior quizás a la que a él le hubiera gustado. Un culto, un mito, sobre todo en Cali. Allí fui a un colegio y los niños de 14 recitaban frases de Caicedo... Pero ese público no era literario; y conversando con gente de Bogotá escuchaba (básicamente, me daban un consejo): “Tú ya estás un poco grande para seguir con esto”. De buena fe me lo decían. Además yo tenía un poco la cruz de que nunca crezco, de que ya sería bueno que las canas empiecen a hacer su trabajo… Y pensaba “¿Por qué me dicen eso?”. Porque en el ámbito cultural colombiano, Caicedo no es correcto. Es un rockero, un tipo de pelo largo; alguien que sólo les interesa a los drogadictos, a los cinéfilos, a las tribus. Entonces me propuse demostrarle a esta gente que Caicedo era un escritor que superaba a sus fans: “Le voy a cortar el pelo.” Quise jugar con los prejuicios sobre él, al margen de su mérito o su talento, preocupándome por no escribírselo a los fans; no por hacer la película para el chico de Cali sino para que el señor mayor pueda comparar a Caicedo con Pavese. Creo que los directores deben tener siempre la capacidad de conquistar públicos nuevos, no escribir sólo para la platea. Filmar para la platea, se me confunde escribir con filmar.
Cuando te propusiste escribir el libro, ¿ya habías encontrado todo este material inédito?
No. Primero Ojo al cine, primero Caicedo como crítico, del que me enamoré de inmediato. Luego escribí que él era “el mártir de los cinéfilos”, “el hombre que vio demasiado”. No porque a mí me interese morir por el cine, pero la idea de que alguien lo haya hecho me resulta romántica y fascinante. Y después estaba este lado mío más intelectual, que habiendo escrito en contra de García Márquez en McOndo me hizo ver a Andrés como la prueba viviente de que uno podía venir de un pueblo pequeño de América Latina y no escribir sobre abuelas que vuelan.
En ese sentido, el de buscar una voz de las ciudades latinoamericanas, hay muchos puntos de contacto entre tu obra y la de Caicedo.
Es que es como si tú un día vienes con un libro sobre un cineasta, pues más vale que sea uno que te interese (risas). Digo, no es obligación, pero que al menos haya un contacto. Eso lo decía el mismo Caicedo: que él era mucho mejor crítico cuando escribía sobre las películas que le gustaban. Después me pareció también que había una suerte de conspiración –que creo que se está rompiendo ahora–, equivalente a la que puede darse en el cine. ¿Por qué hay alguna gente famosa, publicada a la que le hacen notas y otra gente a la que no? Veía muchos autores colombianos que no me interesaban nada, nada, nada, y ni una palabra sobre Caicedo. Y como nadie hacía este libro dije “bueno, lo hago yo”. Ahora, yo no sabía todo lo que me iba a encontrar, y tuve la suerte de que lo que encontré era bueno. Todo el mundo me había dicho que había material inédito y yo intuía que iba a haber suficiente para un libro.
Y había para varios.
Y había, sí, pero tampoco quería engolosinarme; por eso yo monté y edité. Porque publicar todas sus cartas sin ningún montaje era hacerle un flaco favor a Caicedo. Yo quería cuidarlo, potenciarlo. Por eso lo de montaje, porque yo corté bastante.
¿Cómo fue ese trabajo? ¿Muy diferente a dirigir y editar una película?
No muy distinto a lo que hiciste tú conmigo. (risas; AF se refiere al texto sobre Unos pocos buenos amigos del catálogo del Bafici, cercenado por razones de espacio). Podría haber escrito un libro de 500 páginas y la editorial habría estado feliz, pero sentí que él se iba por las ramas, que repetía muchas veces la misma idea… Incluso había cartas que eran de droga, y me parecía que más bien le hacía daño, que para él no era divertida la droga. Ponía siete veces “Estoy triste”; párrafo siguiente “Estoy triste”. Mejor ponerlo una sola vez, ¿no?
También encontré un montón de lo que llamo posts, que en el libro están marcados con puntitos negros, y no son otra cosa que subrayados –para mí es muy importante subrayar libros, y espero que a este libro la gente lo subraye–. Ojalá algún día esos posts aparezcan en un epígrafe, una tarjeta, que alguien ponga uno en su blog, lo que sea. Porque había un montón de cartas relativamente desechables, pero dentro de esas crónicas, disperso, había material bueno. Y no se trataba de hacer una colección de cartas, sino de hacer un libro: una autobiografía.
¿Y veías claramente la división en etapas de la vida de Caicedo o es sólo una “decisión del director”?
Es como una película: “se va a matar, no se mata”, y volvamos para atrás (risas). Pensé que era mejor contar el final al comienzo. Sentí que el suicidio tenía que enfrentarlo de una y no al final; que no importaba el final. No era un whodunit, no era el tipo de película en la que importa si fue o no el mayordomo sino por qué el mayordomo lo hizo, porque el mayordomo estaba ahí desde la primera toma. Los capítulos exactamente no los tenía; sí sabía que había uno que me fascinaba más que el resto, el que más quise investigar y del que conseguí más material inédito.
El del viaje a Estados Unidos (“Borderline / Cruzando fronteras”).
Claro. Para mí era muy importante que en un libro latinoamericano apareciera un chico que quería ir a Hollywood, que rompe toda la tradición latinoamericana del escritor: él nunca menciona Barcelona, ni siquiera Buenos Aires como capital o lugar de peregrinación. Su tierra prometida es Hollywood. Y yo siempre sentí, sobre todo conversando con una de sus hermanas, que su vida en EE.UU. fue fatal.
Otra idea muy interesante de tu (¿su? ¿el de ustedes?) libro es la especulación de que la tecnología podría haberle salvado la vida, la hipótesis de “Caicedo como blogger”.
A ver: me parece que Caicedo tenía características que todos los cinéfilos tienen, que era alguien con mucha curiosidad por la vida, pero también mucho pánico a vivir.
¿Llevadas al extremo?
Al extremo pero no tanto, eh. Para mí está cinco pasos más allá de lo que considero el cinéfilo “normal”, alguien que lee sobre cine, que ve películas... En un punto la cinefilia es una enfermedad. No me vengas a decir que eres completamente normal, no la compro (risas). A partir de ahí me parece que hay distintos grados de patología, y él lo tenía súper claro: esto es una enfermedad. Pero también es su cura, la cinesífilis. Los cinéfilos necesitan compartir su cinefilia con alguien, no les basta con la experiencia individual. Y ahora con los blogs hay una calma más grande, se puede compartir. Caicedo no tenía con quién. Mi impresión es que hoy alguien tímido, raro, inhibido, bipolar y con un deseo incontrolable por verlo todo y por la información –esa cosa de la trivia, de saber que la información vale más que el oro y de que aquél que vio algo vale más que tú hasta que lo alcanzas– puede escribir con respuesta inmediata, puede conocer pares y tener un grado de intimidad que no implica verse físicamente. A Caicedo le complicaba todo lo que implicara mirarse a los ojos, pero creía en la primera persona, no le daba vergüenza hablar de sí mismo. Escribirse con gente de otros países, el Skype, los posteos a favor o en contra… sobre todo creo que a él le habría cambiado la vida el torrent; quizás no habría tenido ni que ir a Hollywood, a su calvario. Creo que lo habría podido pasar mejor, que la tecnología lo habría ayudado. Eso es lo que creo, por ahí me equivoco. Pero me gusta pensar que la tecnología tiene ventajas.
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